Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

martes, noviembre 17, 2009

teorema


Autor: Miguel Ruibal
http://miguelruibal.org/web/

:::: Aquí está tu cielo

Amélie Olaiz


Ayer, mientras recapitulaba lo nuestro, caí en la cuenta de todo lo que ha pasado desde que te fuiste. Las cosas han cambiado mucho, ya no tengo la agencia de viajes donde nos conocimos, la he transformado en una pequeña tienda de curiosidades para turistas espirituales. Vendo tankas de protectores como Mahakala y deidades femeninas como Tara verde. Tengo también a Chenresi, buda de la compasión, a Manjushri de la sabiduría y a Maitreya para el futuro. Hay gongs traídos de Boudha, mandalas que se hacen con polvo de mármol, estatuas de budas de Patán, catalejos que consigo en los mercados de pulgas y que nos sirven para ver, desde otra óptica, los acontecimientos que nos lastiman, esencias para aromaterapia, cajas con incrustaciones de concha nácar que se usan para guardar los sentimientos valiosos, malas de semillas de loto para unir la mente con el habla y telas con dragones custodios para los altares. Son especiales porque vienen de una tienda de la ruta de la seda. También vendo paisajes montañosos en miniatura. Se hacen con piedritas que encargo a mis amigos que viajan cada año al Tíbet y que coloco sobre arena de Cancún. Quien los compra debe hacer lo mismo hasta convertir la actividad en una pequeña meditación. Hace unos días me ofrecieron unas pachminas que compré sin dudarlo. Aunque aquí siempre hace calor, cuando la gente tiene frío en el alma, la sensación se cuela hasta los vellos. Es bueno cubrir los cuerpos dolidos con una tela suave, que les dé calidez.

Yo misma pinté el techo de azul y con una plantilla dibujé, basada en una constelación real, estrellas de cinco picos en diversos tamaños. En el fondo puse una luna creciente que se ve muy natural. ¿Sabes?, la gente ya no tiene tiempo en estos días de mirarla y cuando la descubren en la tienda salen a la calle para ver si localizan a la verdadera. También coloqué estrellas fugaces a la salida; si alguien no se siente muy a gusto aquí, puede, influido por la velocidad cósmica, salir más rápido de la tienda. Hay varios móviles de sistemas solares que no se parecen en nada al nuestro. Los hice pensando en mares limpios, atmósferas puras, tierras fértiles y ríos cristalinos. En el patio trasero sembré un laurel de buen tamaño y he dispuesto macetones con bugambilias y otros con gardenias para que perfumen el ambiente. Entre ellos hay algunas mesitas de madera con patas de hierro forjado que compré en Tlaquepaque. Encima puse manteles que deshilan, con paciencia infinita, las mujeres de Aguascalientes. Ahí sirvo café o té y pasteles a los comensales. Sí, me dio por la repostería y hace unos meses tomé un curso en una pastelería neoyorquina del Soho donde hacen los pasteles más finamente decorados que he visto en mi vida. Preparar cada uno es como hacer un cuento, cada cual tiene su historia. También me he especializado en las infusiones y puedo ofrecer desde un té de flores para relajar o de bergamota para vigorizar, hasta exóticos aromas con base de té negro. Preparo, sólo a los clientes más asiduos, infusiones especiales para curar amores imposibles, ilusiones perdidas, nostalgias arraigadas y vacíos que no se llenan. También puedo, con la combinación adecuada, calmar la ira excesiva, el ego exacerbado y los apegos que atormentan. Pero estos, los especiales, requieren de un tratamiento personalizado cuando se sirven. Muchas veces tengo que sentarme con el cliente mientras se toma la infusión. No tienes idea la cantidad de historias sorprendentes que he escuchado. Ya me conoces, me adentro tanto en ellas que al recordarlas no sé si las he vivido yo misma en otro tiempo. Por eso, en las noches, he vuelto a escribir; alguien tiene que guardarlas para que no se pierdan en el olvido. Además hay mucha gente que necesita ser escuchada y ya nadie tiene tiempo para los discursos ajenos. Hace unos días tuve que comprar jarras más grandes. Se requiere mucho té cuando los síntomas son profundos y sería grosero levantarse de la mesa si una persona tiene mucho que contar. Arturo, el de la tienda de antigüedades, me ha conseguido una variedad de jarras que vienen del Tíbet. Estoy convencida de que provocan un efecto adicional en el cliente porque desde que las tengo la gente sale prácticamente curada. Pienso que las jarras deben tener restos de mantequilla de yak, y que esta grasa animal no sólo calienta el cuerpo sino también el espíritu. Yo suelo hablar mucho con mis clientes. Claro, después de escucharlos, les hablo del Tíbet, de Katmandú y del Buda histórico. Me gusta retomar algunas historias de los sutras y otras que me han relatado mis maestros. Siento que les hace bien esta filosofía porque salen más contentos de lo que entraron.

Hoy, antes de cerrar el local, observé los cojines que me entregó el tapicero y que distribuí por el piso. Más que una tienda este espacio parece un salón para meditar. Por unos minutos me pregunté qué objetivo he perseguido al hacer todo esto. Si ha sido con un honesto deseo de ayudar a otros o para curar el dolor que me impone tu ausencia. Luego apagué la luz, bajé la cortina metálica y me fui caminando por la calle mojada, brillosa por el reflejo de los faroles nocturnos. Recordé tu voz diciendo palabras tiernas y llamándome “ mi cielo”. Fue en ese instante cuando por fin decidí el nombre del local. Mañana encargaré una marquesina bien grande que puedas ver el día que vuelvas: “Aquí está tu cielo”.

domingo, octubre 04, 2009

graffiti tears


originalmente cargada por ajpscs

:::: La niña de los besos

Pterocles Arenarius

El día que la besé eran las tres de la mañana y quince minutos antes ella iba corriendo como una zorrita que persigue la jauría y no llevaba más ropa que calzones y zapatos.
Era como ver un ángel o bien, por qué no, un demonio. Corría con desesperación, pero nadie la perseguía, o al menos no era visible.
Yo iba caminando por la gran avenida Troncoso y ella quizá salió de entre los múltiples condominios de por ahí. La vi desde lejos, tenía muy buena condición física o estaba drogada porque corrió unos dos minutos a la máxima velocidad que daba su cuerpo delgado, blanco, hermoso.
Al principio era un punto blanco. Luego me dije es una vieja encuerada. Me detuve a mirar. Venía sobre la acera en que yo caminaba. Y además está buenísima, me dije. Pero desde unos cien metros me percibiría porque desvió su trayectoria para no ir hacia mí.
Me atravesé la avenida tratando de que su trayectoria coincidiera con mi posición. Empecé a ver con claridad como se sacudían sus pechos a cada paso de su carrera. Era un deleite verlos sacudirse. Nadie, nada la perseguía. Me atravesé en su camino. Por allá lejos pasó un carro. No se dio cuenta de que la belleza corría desnuda por la avenida Troncoso.
Cuando estaba a diez metros de mí –que me fui centrando para que ella llegara hasta donde yo estaba–, habrá notado mi intención y gritó ¡aaaaaahhhhhh! como un kamikaze, colocó sus manitas al frente y se dirigió directamente contra mi pecho. Creo que intenté apartarme, me asustó el grito, la muchacha corría muy fuerte, pero entonces ella enfiló hacia mí.
El choque fue brutal. Me derribó y cayó encima de mí. Creo que me hizo volar pocos metros. Empezó a golpearme, arañarme, morderme. Dios santo.
Como pude me quité. Y traté de huir. Esperaba que llegaran los perseguidores o uno por lo menos. Nadie llegó.
Siguió golpeándome. Puñetazos, patadas, rasguñones. No supe qué hacer. Salvajes rasguños de gata, tarascadas de perra. Me protegí y le di la espalda. Se fue caminando. Vi sus bonitas nalgas dibujadas debajo del calzoncito, sus hombros estrechos respirando agitados. Vi uno de sus pechos pequeños desde atrás. Ella temblaba. Estaba desgreñada. Lloraba.
Estábamos en un estrecho camellón de la gran avenida.
–Qué pedo, manita… –Se volvió.
–Hijos de su puta madre. –Dijo al vacío.
Supuse que habrían intentado violarla. La madrearon, la encueraron, supuse. Pero es una perrita. Brava. Se les peló. Supuse. Se detuvo.
–Dame un cigarro. –Lo encendió después de arrebatarme el cricket, agitada, resoplando, temblorosa.
Me quité la chamarra y se la puse cuando ella me miraba como se mira a un marciano.
–Hijos de perra –dijo y metió las manos en las mangas de la chamarra–. Acompáñame, güey.
–¿A dónde vas?
–Aquí… Es aquí a dos calles.
Se me abrazó. Caminamos las dos calles abrazados. Fumando.
De pronto decía hijos de su puta madre.
–¿Qué te pasó, amiguita?
–Hijos de su perra madre.
Entramos en uno de los condominios.
–Carnalita, te dejo en tu casa.
Me miró con sus ojos de loca detrás de los cabellos que le caían sobre los ojos. Los rasguños me palpitaban, los madrazos eran como clavos en mi jeta.
–¿No quieres una chela? ¿Un toque? –Me metió al departamento jalando. Cerró la puerta. Aventó mi chamarra por donde sea. Se fue encuerada y regresó en camisón y con dos cervezas. Me dio una, estaba fría. No había muebles, pero sí gran cantidad de objetos con clasificación próxima a la de basura. Se puso a forjar luego de poner la chela sobre un bote de pintura. El cigarro estuvo listo muy pronto y le dio unas fumadas de prolongación sorprendente e intensidad amorosa.
–Jálale.
Fumé. Era buena mota.
Le devolví el cigarro y me abrazó.
Se puso a darme unos besos inolvidables. Largos. Pausados. Tiernos. Lentos. Era como si me ensalivara el completo rostro. Fumaba mariguana y me pasaba el humo en los besos.
Amor mío.
–Pásame el humo –dijo. Le jalé al cigarro de mota y ella me dio el beso más rabioso, el más violento de mi vida. Me quería sacar las anginas para llevarse el humo, me quería comer como si fuera yo la mota personificada. Me inclinaba para alcanzarla, se estiraba para sentirme. Mis brazos fueron a su cintura, los suyos sobre mi cuello. Repetimos el beso mariguano en la más enloquecida y deliciosa tanda de besos hasta que se acabó el cigarro. Y seguimos besándonos.
Me agarró descuidado y abrió la bragueta. Sacó mi verga. Se hincó y se puso a besarla. Luego se la metió en la boca. E hizo cosas divinas.
De pronto se puso de pie.
–¿Eso era lo que querías verdad, cabrón?
–Chiquita preciosa, ¿cómo te llamas, mi amor?
Se fue al fondo del cuarto y trajo un bote de pintura en espray de la que usan los grafiteros. Me roció el pecho, los hombros, el cuello, la cabeza y la verga parada, entre el insoportable olor a solvente químico actuaba minuciosa, como haciendo un trabajo especializado. Sólo dije sin demasiada convicción “No, espérame, no me pintes”.
Sonrió como demonio mientras apartaba el chorro de espray. Lo encendió con la flama del cricket.
Cuando dirigía la bocanada de fuego hacia mí salí corriendo. Tenía los pantalones hasta el suelo. En la desesperación no supe cómo me los quité. Alcancé a sentir la lumbre como el vaho de la dragona que me alcanzó a quemar un poco de cabello mientras salía vuelto madres y derrumbando cuanta madre.
Dos minutos después yo iba corriendo por Troncoso desesperadamente a las tres y media de la mañana. ¿Qué otra cosa puede hacer un encuerado en Troncoso a semejantes horas?
Una patrulla me dijo por su altavoz “deténgase, hombre desnudo que corre, deténgase…”.
Me detuve. Estaba temblando, jadeando, me ardía un poco la cara por la leve quemada; los rasguños no dejaban de palpitar, los putazos como clavos en la jeta; el cuello, el pecho, el bajo vientre, el calzón pintados de verde y los besos amargamente dulces, violentamente tiernos, dolorosamente suaves, la saliva con dulce sabor de mariguana continuaban en mis labios. No tenía sensaciones en el pene. Sino en los labios, los besos.
–Estás madreado, estás revolcado, estás encuerado, estás pintado de verde, ¿estás drogado? –diagnosticó el policía.
La luz de su lámpara en los ojos no me dejaba ver.


originalmente cargada por ajpscs.


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domingo, agosto 02, 2009


Fotógrafo: Rafael Merino
http://www.flickr.com/photos/amadismx/

Buscador de Soledades

Jorge S. Luquin

Es mi corazón un cazador solitario
Carson McCullers


Nunca he sabido disuadirlo.
Yo quisiera sólo coger, comer y dormir
pero siempre termina llevándome
entre calles y libros.
Algunas noches me susurra al oído
que busca al espíritu.
La primera vez, me reí de él,
pero después me lo dijo llorando.
No supe qué decirle, me arrastró en su silencio.
Lo he visto brincar y saltar como niño
ante un aforismo y conmoverse con Gautama.

Le he mostrado mujeres hermosas y voltea
distraído.
Le he ofrecido del sexo de las putas y se ríe
melancólico.
Le he brindado del humus del alcohol y canta
jubiloso.

Prefiere la soledad, el silencio.
Se agazapa, observa desde su cueva
de huesos y carne ansiosa;
siempre listo para saltar sobre lo etéreo
contempla lo insondable, el misterio
y corre en pos de lo intangible.
Así es él. Vivimos distanciados.

lunes, junio 01, 2009

:::: Urbe

ciudad digital
Fotografía y tratamiento digital: Amélie Olaiz

Angélica Santa Olaya

Tiembla, camina y se contonea. Recoge por igual flores y escupitajos que le lanzan al pasar los trashumantes. Esos que al bajar la luna se meten bajo su falda de concreto y esconden la nerviosa risa de los temores. Al amparo de la oscuridad muerden las lentejuelas del negro vestido y recuerdan el olor agrio del pecho que una vez los amamantó. Duermen las farolas y ella se saca de encima a los hijos que salen, pululan y le echan en cara las afiladas uñas y las piernas al aire. Peligrosa, prostituta y dispuesta a todo, ella sonríe en un rojo escarlata y se prepara a envolverlos en sus brazos de carnívora y aromada madreselva. Ella sabe que la luz y la sombra vienen siempre de la mano.

martes, mayo 26, 2009

:::: Carta del exilio


Fotógrafo: Sigfrido Quiróz, Argentina.


Sigfrido Quiróz, Argentina.

Es esta esquina
que me recuerda otra
que existe acá
adentro,
en mis entrañas

Es este farol
pero también es otro
que habita
ese ajeno país de la memoria

Es ese olvido
con que me olvidan las baldosas
de un patio
resbaloso de recuerdos

Es todo eso lo que lastima
lo que duele en un lugar adonde nada duele
adonde nada consuela
adonde casi nada vive

Yo no quiero mirar esta luna
que me mira con otros ojos
no quiero que me vea el gesto
que vos me conocés,
ese
de casi lágrima

Dejame nomás
que se me apague la sombra
con la luz nocturna de otra noche,
la de Barracas,
que si debo morir
viviendo
quiero elegir el modo

Es que
¡Es esta esquina!
y también es otra que existe acá
afuera
en mis entrañas

martes, febrero 24, 2009

mago


Miguel Ruibal, España.

Bricia

Jorge Borja, México.
Dentro de los límites de Bricia, está estrictamente prohibido usar corbata o tener cara de burócrata. Sus habitantes acostumbran saludar el paso de la bandera con jubilosos espantasuegras y celebran a la patria con un gran carnaval. El Presidente de Bricia, disfrazado de arlequín, declama un poema satírico desde el balcón central mientras los miembros de su gabinete se afanan por conseguir el gesto más gracioso o el flato más estentóreo.

En este país, en vez de debates o plebiscitos para decidir el rumbo de la política económica o el gasto del Ministerio de Defensa, se llevan a cabo carreras de costales y competencias de beber cerveza. El Consejo de Asesores se reune en sesión solemne para contar cuentos colorados. El Ministro de Hacienda presenta su programa de emergencia vestido de bombero. Una carcajada vale más que un voto y un comediante es digno de mayor crédito que un Doctor en Economía.

Los Bricianos son personas de un fino humor a flor de labios que se refleja en todas las facetas de su vida social. Cuando formalizan un compromiso de matrimonio, suelen gastar bromas sobre el embarazo de la novia o las enfermedades venéreas del novio. Los funerales siempre son motivo de prolongadas fiestas donde tradicionalmente se saca a bailar al muerto. A las catástrofes naturales les encuentran su aspecto positivo: "gracias al terremoto apareció el tesoro de los abuelitos", "durante el huracán mi marido volvió a soplar" o "con la inundación se realizó un concurso de bikinis".

Sin embargo, a últimas fechas, han surgido falso
s rumores propagados por grupos clandestinos que buscan la estabilización y el orden. Estos peligrosos aguafiestas, han urdido apocalípticas versiones que por fortuna nadie cree. Con rencor sostienen que el humor y la risa sólo disimulan el tedio y el bostezo que invaden a los habitantes de Bricia y que poco a poco sofocan su gris existencia.

Las fuerzas estatales ya tienen identificado al venenoso sujeto que encabeza este grupo para que, apenas cumplida su aprehensión, sea decapitado sin mayor trámite, y con su calavera se juegue el primer partido del campeonato de fútbol.

martes, febrero 17, 2009

lunes, febrero 16, 2009

Un jardín de arroz entre los ojos

Alberto Ruy Sánchez, México.
En una ciudad de Bali entretejida de arrozales y jardines, una mujer bellísima, Ayú, cultiva el más extraño que yo he visto: con miel, entre ceja y ceja, se pegaba nueve granos de arroz. Pregunté a mi amigo Katut sobre esa extravagancia. Sonrió, suplicándome que yo nunca contara lo que él estaba a punto de mostrarme. Seguimos discretamente a Ayú, hasta una casa de masajes que se encuentra en la calle del Bosque de los monos. Se entra por un patio de muros bajos de ladrillo, que es un templo. Detrás de una columna escuchamos a otra mujer que le preguntó en tono de burla:
¿Ya regresó tu dios azul?
Ayú, indignada, no respondía. Pero cada tarde alquilaba una de las terrazas de masaje y esperaba…
¿A su amante?, pregunté.
No, está convencida de que Shiva mismo vino a hacerle un masaje la otra noche. Tan profundo que le tocó el corazón, por dentro.
¿Cómo, por dentro?
Sí, la semana antepasada, que hubo luna llena, Ayú vino a tomar un masaje. Se instaló desnuda en la sala que usa siempre pero se durmió esperando. Yo terminé mi trabajo en el arrozal, prosiguió Katut, y vine a tomar mi clase semanal de masaje. También olvidé que en luna llena todos los empleados aquí se van al templo principal de la ciudad. Cantan y bailan y hacen ofrendas por un par de horas. Entré por error a donde Ayú dormía y, sin mirarme, dio órdenes tan firmes que pensé que era mi nueva maestra. Las seguí con esmero. Tanto que los dos fuimos muy felices.
Nos amamos y nos quedamos dormidos. Cuando regresaban las masajistas, las escuche reír en el patio de entrada, me di cuenta del equívoco y escapé en silencio antes de que nadie me viera. Cuando Ayú despertó yo me había ido. Ellas le juraron que nadie estuvo ahí. Que había soñado. Pero Ayú tenía una prueba de la presencia que había hecho florecer sus deseos. De mi camisa habían caído sobre la cama varios granos de arroz y nueve, con mi sudor, quedaron pegados en su frente mientras dormía. Y eso, ella insiste, 'en la última luna llena de 1999, es un claro mensaje de Shiva. Una indicación de cómo dirigirse a él, de cómo hacerle ofrendas'. Desde entonces Ayú renueva y ofrece ese jardín entre sus ojos. Algunas mujeres en la ciudad ya la imitan. Y hasta algunos hombres también. En cada grano de arroz, observado verticalmente, Ayú ve la representación de un Lingam (el falo del dios Shiva) mágico y diminuto, para llevarlo en la mente y en la frente, y que así le recuerda sin falta su enorme felicidad.”

jueves, febrero 05, 2009

:::: Un hombre consciente de su sombra

Cada tarde cuando anochece Javier se pone su sombrero y sale a pasear. Le gusta sentir el aire de la noche en la cara, pero se cubre la cabeza para que las ideas se sientan seguras y se expresen abiertamente. Por la acera, junto al parque, iluminado por los faroles, se ve al hombre que camina acompañado por su sombra. Siempre ha sido un solitario y así quiere seguir viviendo; alejado del bullicio que perturba. Camina pendiente de su respiración y los pensamientos aparecen lentos en su mente, tan lentos que es capaz de desmenuzar su contenido y hacerlo mendrugos que suelta a su paso. Gracias a esos mendrugos su sombra lo ha seguido hasta hoy, con ellos se mantiene entretenida. Por el camino ven pasar las sombras de las personas, la mayoría van unidas; algunas en pareja mezclándose como si fueran una sola, otras juegan en grupo sobre el asfalto, algunas se reúnen en una esquina o parlotean con conocidas. A la sombra de Javier le hubiera gustado tener más contacto social, más relación con las sombras, bailar, conversar y observarse en un muro escondido dando un beso. Hasta tomar un par de tragos y caminar haciendo zig zag entre la luz y la sombra le hubiera divertido. Pero a Javier no y ella no ha tenido más remedio que seguirlo. Lo quiere bien aunque está un poco aburrida de la misma rutina y la silenciosa soledad que los rodea. Javier lo sabe, por eso cada noche la saca a pasear, para que se distraiga y viva un poco del bullicio citadino.
Hace varias noches Javier notó que las sombras de dos transeúntes, tan cotidianos como él en sus paseos, los miraban con insistencia, una insistencia que Javier calificó como grosera. También se percató de que su sombra, curiosa, miraba de hito en hito a los sombríos intrusos visuales. Por eso aceleró el paso y caminó con más firmeza, pero un pequeño jalón en el pie izquierdo lo hizo pensar que una parte de su sombra se había desprendido. A medio día, cuando el sol estaba en el cenit, se paró sobre ella y talló los pies contra el piso para que la sombra se adhiriera de nuevo con fuerza. Confiado salió la noche siguiente y varias más, hasta que hoy la sombra se desprendió por completo. Javier la vio correr calle arriba para reunirse con otras sombras, entre ellas la de una mujer de silueta fina y cuello largo. Dos grandes lágrimas cayeron de los ojos de Javier y se borraron en la oscuridad del pavimento. Antes de perderla de vista, las luces de un auto iluminaron un muro y la vio muy acompañada y contenta. Ya volverá, piensa Javier, que sabe lo importante que es para cualquiera balancear su luz y su sombra.

viernes, enero 30, 2009

Soldier's goodbye & Bobbie the cat, ca. 1925-ca. 1945 / by Sam Hood

Soldier's goodbye & Bobbie the cat, ca. 1925-ca. 1945 / by Sam Hood

El rincón de los hombres

Fernando C. Pérez Cárdenas, México

Las madres siempre creen saber qué es lo que te pasa. Sobre todo si tienes quince años. La semana pasada la mía se la pasó a dale y dale: "Vamos, háblale. Para que se contenten y ya quites esa cara." ¿Qué cara? "¿Cómo que qué cara? Crees que no me doy cuenta..." Hasta que me hizo sonreír y menear la cabeza. "Esta bien, le hablaré." Pero tendría que ser más tarde, porque a esa hora me había quedado de ver con los muchachos en la casa de Juan para tratar de echar a andar su carcacha. Rápidamente fui a mi cuarto a recoger mi chamarra y a paso apresurado me dirigí a la puerta de salida. Antes de cerrarla todavía alcancé a oír:

-¡Piénsalo bien, Claudia es una buena chica! ¡Pero en fin, es tu vida!

Con las manos en los bolsillos, me encaminé enfrentando el viento que soplaba sobre mi cara, respirando hondo esos aires templados de septiembre, decidido a concentrar todas mis fuerzas en obras que realmente valieran la pena, sin permitir que insignificancias amainaran mi determinación.

Al llegar a casa de Juan, los muchachos ya tenían en el suelo las piezas del carburador. Dos horas más tarde, todos esperábamos ansiosos mientras Juan, sentado en el asiento del conductor, se disponía a encender la marcha. Una verdadera ansia por conocer el resultado de nuestro esfuerzo colectivo nos embargaba. El escape emitió una espesa nube de humo en señal de triunfo.

-Ya ve, mi buen, y usted que insiste en que las cosas no salen a la primera-, me dijo Octavio, apoyando su mano en mi hombro derecho.

En la noche, para celebrar nuestra proeza, fuimos al supermercado a comprar cervezas. Bebimos algunas en el auto, recorriendo la ciudad. El resto lo consumimos en la casa de Octavio, aprovechando la ausencia de sus padres. Tirados en la alfombra de la amplia sala, bebíamos y devorábamos el fruto de furtivos asaltos al refrigerador. Cerca de las diez y media, el recuerdo de Claudia empezó a rondar en mis pensamientos. ¿Por qué fregados no me deja en paz? Varias veces pensé en hablarle, pero consideré que se vería extraño, como un signo de flaqueza, el apartarme del grupo para hacer la llamada. Podría retirarme y hablarle desde mi casa. No, eso sería darle demasiada importancia al asunto. Al final me sentí satisfecho de haber encontrado la mejor solución: que se fuera al diablo.

A la mañana siguiente, unos toquidos en la puerta de mi recámara me despertaron:

-¡Teléfono! ¡Apúrate, es ella, no la hagas esperar!

Casi me levanto de prisa, pero reprimí ese impulso. Sentado en la cama, bostecé y me tallé los ojos. Una pausa.

-¡Dile que le hablo más tarde!-. Por respuesta sólo escuche el caminar de mi madre al alejarse.

A las cinco de la tarde me sentía bastante satisfecho de no haber cedido a la tentación de hablarle. Pero consideré que había llegado el momento oportuno de llamar e invitarla, no sé, quizás a caminar o a tomar un café... Después de todo, no tenía caso seguir disgustados. Lo malo fue que su hermana contestó, y me informó que Claudia no se encontraba en casa y que no sabía cuándo regresaría. Lo bueno fue que una llamada salvadora de Juan llegó casi al colgar. Con el ánimo de nuevo en alto, mientras esperaba a que los muchachos pasaran por mí, volví a hablar a casa de Claudia para decir que le hablaría como a eso de las diez.

Sentado en la parte trasera del auto, con una cerveza entre las piernas y las manos en la nuca, veía pasar las calles y los jardines con niños corriendo. Abrí un poco más la ventana para mejorar el efecto que aquel clima delicioso y el alcohol producían en mí. Poco después, topamos con tráfico. Me dediqué a estudiar a la gente que deambulaba por la acera. Bruscamente salí de mi letargo cuando creí divisar a Claudia con compañía. Los demás no la vieron. De reojo, disimuladamente, comprobé que sí, efectivamente, caminaba junto a un tipo alto. ¿Qué tan cerca? No lo pude saber porque mi desconcierto me obligó a agachar mi cabeza y permanecer así. Juan notó mi silencio. En un alto me lanzó una interrogante mirada:

-¿Qué pasó, pensando en la Claudia, eh?

-¡Ni madres! Lo que pasa es que me puse triste al ver mi botella vacía...-risas-. Además, ella ya es cosa del pasado... ¡Hey, Tulio, pásame otra cerveza, que se calientan, güey!

Nueve de la noche. De vuelta en casa. Me encerré en mi cuarto. ¿Qué tan cerca? ¿Tomados de la mano? No creo... ¿De dónde salió ese imbécil? Con tantas dudas decidí que lo más conveniente sería no hacer la llamada: que se fuera mucho al infierno.

***

Hoy fue el primer día de clases en la prepa y regresé a casa con un renovado espíritu. Había iniciado una nueva etapa de mi vida. Qué alivio, Claudia era en realidad cosa del pasado, pensé. Pero algo surgió demasiado pronto. Mi madre me informó en la cena que Claudia había hablado para decir que nos visitaría para regresarme unos discos y libros. "Ah, yo conozco bien esa treta. Seguro quiere aprovechar ese encuentro para reanudar lo nuestro."

Cerca de las diez de la noche el timbre de la calle sonó mientras yo me encontraba en la sala, enfrente del televisor, absorto en mis pensamientos. Mi madre salió, para regresar diez minutos después con una caja en las manos. Luego se sentó en la mesa del comedor a revisar la correspondencia. Antes de retirarse a dormir, me indicó despreocupadamente:

-Ah, tus libros y discos están en esa caja sobre la repisa. Buenas noches.

Una jugada inesperada en el ajedrez de la vida, de esas que nos sacan de balance y obligan a que nos preguntemos por qué a veces evaluamos tan mal nuestra situación. Pero hay que tener siempre en mente que los grandes jugadores se distinguen por su entereza en esos momentos difíciles. Sin percatarme, algo interior en mí había encontrado, no una solución a mis problemas, pero sí una actitud diferente para enfrentar la vida. Era un impulso desconocido para mí. Un descubrimiento liberador.

Me levanté del sillón para dirigirme a mi cuarto y cerrar con violencia la puerta. Mamá tocó insistentemente y yo no respondí. Volverá a tocar varias veces y no responderé. Pero estoy bien. Como no he estado en mucho tiempo. Estoy llorando.

martes, enero 27, 2009

Sombras en Yuma

Fotógrafo: Pedro Meyer, México

Esperanzado

Olga A. de Linares

Me pregunto por qué me ha dejado de este modo abrupto.
No había, que yo supiera, ningún problema entre nosotros.
Solo ahora pienso que debí prestarle más atención, no dar todo por sentado. Quizás fue la costumbre de tenerla siempre cerca, a mano, lo que me hizo ignorar eventuales señales de advertencia.
Mi única certeza en estos momentos es que, desde que se arrojó por el acantilado, no he vuelto a verla.
No les extrañe que aún aguarde su regreso, sana y salva.
Por lo que sé, las sombras sobreviven sin problemas a este tipo de accidentes, y no suelen tener éxito sus intentos de suicidio.

martes, enero 13, 2009

:::: Maria Siempre Virgen

Jorge Oropeza

Poco a poco, María comenzó a regresar del sueño. El calor en la entrepierna aún permanecía. Los recuerdos borrosos y húmedos de la noche anterior la hicieron sonreír, mientras su mano quincuagenaria acariciaba, temblorosa de pasión, el gallardo y apuesto rostro de San Gabriel en su buró. Al abrir las sábanas, algunas plumas blancas enormes volaron por la habitación.

lunes, enero 12, 2009

:::: Pandemonium


Fotógrafa: Amélie Olaiz

Jorge Borja

Después de cientos de miles de años, la armonía de esta galaxia se rompió abruptamente. Una súbita luz rasgó el obscuro velo del espacio. Ante los atónitos telescopios de incrédulos astrónomos, Saturno se estrelló contra Júpiter.
De inmediato fueron convocados los científicos más prestigiosos para discutir las posibles consecuencias. Su diagnóstico fue unánime: Júpiter ha alterado su órbita y se dirige hacia la Tierra. La noticia causó panico y confusión. Hubo saqueos, suicidios en masa, motines en cárceles y oficinas, eyaculaciones precoces, divorcios y bodas urgentes, orgías en colegios de monjas, partos prematuros, ataúdes y servicios funerarios en oferta.
Los jefes de estado de las naciones más poderosas, acordaron lanzar sus misiles atómicos sobre el planeta desbocado. Su esfuerzo fue en vano. Júpiter no cambió su curso. La Asociación Mundial de ateos, emitió una última declaración: "sólo nos queda rezar". Y multitudes de arrepentidos atestaron los templos. Nunca antes se oró con más fervor... entonces Dios, ardiendo de ira, rompió el taco contra la rodilla derecha mientras el Diablo exclamaba con frialdad: carambola.

jueves, enero 08, 2009

:::: Fudekuyô



Fudekuyô (筆供養, ふでくよう) ceremony, when brushes of calligraphers and writers, who offered them in gratitude for last year accomplishments and in hopes of better penmanship ability, were reduced to ashes on November 23 at Shogaku-an (正覚庵), a sub-temple of Tofuku-ji Zen complex.
Fotógrafo: Aurelio Asiain

:::: La imprecisión del silencio es la solidez de la palabra

Fausto Larraguível


Llueve, pasos leves, rumor de sílabas,
aire y agua, palabras que no pesan

Octavio Paz. Como quien oye llover.

Aprieto un puñado de palabras,
de esas que asoman a otras lejanías,
las que devastan orillas solitarias.
Danza del fuego
que consume los papeles en que escribo.
Voces en procesión.
Ojalá pudiese grabarlas en piedra
y rodar lunas por el jardín del otoño,
para que mis palabras
conforten a los desamparados
y agobien a quienes envuelve el júbilo.
Construyan con madera sólida
escaleras para subir
y descender de nosotros mismos,
escalarse y derribarse,
acercarnos y alejarnos.
Pero también tallar sillas, camas y féretros:
para sentar a la espera y ofrecerle un café,
dormir a los miedos y amar sin mesura,
morir, habiéndolo dicho todo.
Así,
sin provocaciones
ni lamentos.



Fotógrafo: Aurelio Asiain