Mis piezas favoritas del arte plástico y literario de mis amigos, maestros y colegas.
Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004
jueves, octubre 11, 2012
Silencio infinito
Marielisa Salas
Se despierta cojeando
lo ignoro
Se para tras de mí
en el espejo
me mira suspicaz
lo borro con aguarraz
porque duda
de mi fuerza mental
Sin éxito osa
seducirme a mediodía
de todas las formas
que no existen
y su mirada pesa
cada vez más
hasta que podría tirar un piano del cielo
si se lo propusiera
Me detiene en el pasilllo
a medianoche
procuro
mas, no consigo
huír de él
me huele
suspiro
siento que vuelo
giro y giro
con sólo un secreto
me sedujo
lo empujo
me besa
me resisto
insiste
le alcanzo con la palma, la mejilla
la alcanza a detener
con la fuerza del deseo
me besa otra vez
me contengo
bailamos tango
hago ochos
besando con las puntas de mis pies
el piso
se desviste de su cuerpo
me desviste del mío
me carga
y hacemos el amor
sin nuestros cuerpos
recibo su respiro
dice robar mi alegría
no sé si mejor
regalársela
nos juramos amor efímero
sin palabras
tomamos una copa mental
nos carcajeamos seriamente
Finalmente amanece
y quiero soñar
pregunto su nombre;
responde quedito
Se llama Silencio
Se apellida
Infinito
sábado, septiembre 01, 2012
Viaje de terror
Gral Macario Piedra
El descenso fue suave. Diez segundos después de tocar tierra, salí emocionado de mi máquina del tiempo. Me sentía Neil Armstrong. Pero pronto el penetrante olor a dinosaurio podrido que impregnaba la viscosa atmósfera me hizo pensar que había llegado por error, otra vez, al Jurásico. Caminé temeroso hacia donde se producían unos misteriosos ruidos, pero no descubrí nada en las tinieblas. Pensándome solo en aquel lugar, grité con todas mis fuerzas:
-¡Diantres, dónde he caído!
Mi sorpresa fue grande cuando una voz chillona y casi humana me contestó a lo lejos:
-¡Bienvenido al México de Peña Nieto!
martes, agosto 21, 2012
Fantasma
Animación stop motion con muñecos de plastilina.
Versión libre del cuento Un creyente, de George Loring Frost.
Del entretecho. Aluminé, 2010.
Versión libre del cuento Un creyente, de George Loring Frost.
Del entretecho. Aluminé, 2010.
Creador plástico Carlos Montoya
lunes, junio 18, 2012
La patrulla azul
Efraín Villegas
La mamá
de mi vecino, ya había venido varias veces a mi casa a preguntarme, si de
casualidad, su hijo dejó olvidada su patrulla azul; yo, siempre le contesté que
no, que él se llevó todos sus juguetes y que él mismo, los había metido en una
caja de cartón. Quiero hablar con tu mamá, me dijo, como es posible que nunca
esté.- aja,- le respondí, déjame pasar a buscar, me dijo, estoy encerrado con llave
señora, le decía desde lo alto de la silla que acerqué a la ventana para poder
hablar con ella; ¡pero como te dejan así criatura!, ¿qué no tienes miedo?; ¿a
qué hora llega tu mamá?, no sé, ¿ya comiste? Al rato, contesté, lo que quería
yo, era que ya se fuera. Al rato vuelvo, dijo en un tono molesto, aja, dije
entre dientes.
Por
fin, un día encontró a mi mamá, me
regañó, por no haberle avisado que la vecina había venido varias veces a
buscarla. La vecina platicó un buen rato con mi madre en la sala; le debió
contar como fue que su hijo perdió la patrulla azul, mi madre me llamó, hijo,
dice la señora, que aquí fue el último lugar en donde Lalito jugo con su
patrulla, ¿te acuerdas de ella? Aja, conteste tímidamente, y que pasó, él se la
llevó en la caja de cartón, pero dice su mamá que nunca llegó la patrulla, que
todos los juguetes están, menos ese. Yo, le prometo señora, que si esa patrulla,
su hijo la dejo aquí, aquí va a aparecer, no se preocupe; así tenga que
voltear el patio de cabeza, porque ahí fue el ultimo lugar donde
jugaron, ¿no es cierto? Aja, contesté.
De la
ultima vez que habíamos jugado, ya
habían pasado dos o tres semanas, y todas las mañanas lo primero que me decía
mi mamá, era si ya había aparecido la patrulla azul, que si ya la había buscado
bien, ¿ya buscaste bien debajo de las camas, el ropero y la cocina? Me nombraba mil lugares, amenazándome, que si
ella la encontraba me iba a ir muy mal, que me iba a dar una chinga que la iba
a recordar todos los días de mi vida. Otras veces, con ternura me conminaba a
que le dijera la verdad, que si me gustaba ese juguete, ella me compraría uno
igual; que yo, no tenia necesidad de quedarme con algo que no era mío, que ése,
era un gran pecado y tú bien lo sabes, porque ya vas hacer tu primera comunión,
tú sabes que no tienes necesidad de eso, así que quiero que aparezca.
Mi
madre había prometido a la vecina, que si ella estaba segura que la patrulla
estaba en mi casa, esta iba aparecer, así me la tuviera que sacar del lomo a
fuerza de golpes, pero, de todas maneras busque usted bien en su casa, no sea
que este por ahí.
Pasaron
los días y la patrulla no aparecía, las visitas de la vecina, se hicieron mas
seguidas y tirantes, al grado de que un día amenazó a mi madre con traer a la
policía si no le entregaba la patrulla esa misma tarde, ese día, mi mamá me
hizo que reconstruyéramos los hechos de la ultima vez que habíamos jugado, a ver, ¡dime cómo viste que él puso la
patrulla en la caja de cartón! Le dije, que la última vez que jugamos, él se
había enojado porque yo, no quería prestarle su patrulla azul y porque yo,
siempre quería jugar a que él fuera el ratero que yo metía a la cárcel; se enojó mucho
diciendo que ya no quería jugar nunca más conmigo, entonces le dije que
se fuera de mi casa, y le empecé a llenar la caja con todos sus juguetes, lo
corrí, eso fue todo.
La
ultima vez que vino la vecina a mi casa, dijo que ya no quería nada, que nos quedáramos
con el juguete; que a mí me hacia mas falta, porque no tenía un padre que me
comprara una, que gracias a dios, Lalito si tenía uno que le podría comprar
muchas, y que qué se podría esperar del hijo de una putita, sino un ratero, le
dijo muchas, muchas cosas, hasta que mi madre impotente se sentó en el comedor
a llorar inconsolablemente.
Mi madre me llamó y me preguntó qué si había
escuchado todo lo que la vecina le había dicho, no, no oí nada, conteste, ¡no oíste
nada!, no, pues te lo voy a repetir, al tiempo que me agarraba de una oreja
arrastrándome hasta el patio donde había jugado por ultima vez con la patrulla
azul, esa maldita patrulla tiene que aparecer, gritó, yo solo escuchaba un eco
dentro de mí, con la palabra azul, azul, azul, azul, así que empieza a mover
piedra por piedra, porque si no, ahora si te la voy a sacar a punta de golpes,
llorando, movía yo con rabia de un lado a otro cada cosa que su índice
tembloroso ordenaba.
La
patrulla azul, nunca apareció en la casa. Mi madre rebusco por todas partes,
vacío el ropero varias veces, poniendo cada cosa sobre la cama, vació
nuevamente la alacena y el trastero, desdobló las cobijas y las sabanas
guardadas, buscó en cada una de sus bolsos, hasta en los bolsillos de sus
abrigos, vació las cajas de los buros, y
en su desesperación por hurgar en los
mas recónditos rincones, se llegó a romper o astillar las uñas, y en su rictus de dolor
me fulminaba con su mirada anegada de rencor.
Todas,
las noches, venciendo el sueño y el miedo a la oscuridad, iba hasta el patio y
bajo de una piedra, sacaba la patrulla azul y la llevaba a mi cuarto, y con la
luz apagada y la sabana sobre mi cabeza jugaba y jugaba, a veces, me ganaba el
sueño y amanecía con la patrulla azul a mi lado bajo la almohada; otras, casi
cayendo de sueño, volvía a poner a la patrulla en su lugar, así lo hice, desde
la primera vez que la patrulla se quedó en casa, era, de metal, pintada en un
azul marino como nunca he visto otra igual, un Ford Victoria modelo 57 a escala
perfecta, nunca mas he tenido la perfección y la felicidad tan a la mano; abría
todas sus puertas de par en par, su cajuela, su cofre, que mostraba un
reluciente motor, sus llantas cara blanca que se movían si uno le daba vuelta
al volante, tenia una sirena que titilaba y aullaba sobre su toldo, y que solo
podía disfrutar hasta el cansancio cuando mi mamá se iba a trabajar.
Así
pasé algunas semanas, hasta que me fastidie de ver enojada a mi mamá, ya que en
esos días se me preparaba para mi primera comunión, la catequista me hizo ver que yo estaba en
pecado mortal, y además, porque mi mamá, amenazó con suspender la fiesta. Una
noche, arrepentido, desenterré la patrulla azul y con toda la paciencia del
mundo, la até de tal manera que pudiera jalar el cordel, acerqué la escalera a
la barda y la deposité con cuidado infinito en el patio contiguo que era la
casa de mi amigo.
Pasaron
algunos días, y nuevamente la vecina apareció por mi casa, esta vez para
disculparse con mi madre, y para decirle que ya había aparecido la patrulla,
que su hijo la había dejado olvidada entre un montón de piedras en el patio y que su papá, le
había dado una buena golpiza por no saber cuidar sus cosas, pero sobre todo,
por haber dudado de nosotros y haber dicho tantas cosas que no merecíamos, no
sabe cómo estamos apenados, al tiempo que nos dejaba una gran gelatina de leche
con unas fresas del tamaño de un trompo.
Cuando
hice mi primera comunión, los primeros que llegaron y los últimos en irse
fueron mis vecinos; mi mama los perdonó, el papa de Lalito, bailó con mi mamá
muy pegadito, cachete con cachete, Lalito y su mamá se fueron a su casa porque
tenían sueño, yo me acosté en la cama de mi mama y desperté, cuando la cama se movía y rechinaba inclemente, sentí como me rodaron
contra la pared, me hice el dormido, escuché atentamente lo que decían de mí,
el dijo, ¿y si se despierta el niño? No te preocupes, el duerme como piedra. Lo
siguiente: eran como quejidos, como suplicas, como gritos, como prisas de ir
algún sitio desconocido.
Mi
primera confesión, fue el siguiente domingo, le confesé al cura todo sobre mi
robo de la patrulla azul hasta en su más mínimo detalle, también le dije que si
era pecado mortal el hacerse el dormido en la cama de mi madre y me dijo que no.
Cuando recibí
la hostia, supe que estaba listo para cualquier cosa, hasta para soportar que
mi mamá siquiera cantando aquella tormentosa canción, con la que casi estuve a
punto de admitir mi robo. Ya la pagarás……ya la pagarás…… Si en la
tierra no hay justicia …….en el cielo tú verás…… ya la pagarás…….
jueves, marzo 15, 2012
lunes, marzo 12, 2012
Una paloma
Donají Olmedo
Cuando Efraín entra, miras hacia el piso con ojos muy abiertos
como si buscaras algo diminuto en la superficie irregular del mosaico. Este día la lluvia cae con fuerza y la cafetería es el refugio adecuado para varios de los clientes
que en ese momento ocupan el
local. Conoces la rutina de Efraín: acudir al Rívoli
de lunes a viernes al término de su jornada
laboral para cerrarla con su bebida favorita.
Después
de solicitar un espress doble en la barra, Efraín
se quita la gabardina, coloca en el suelo su portafolio y se sienta en una de
las mesas. De reojo lo ves. Tiene algunas canas en las patillas y en la barba
de candado que tanto te gustaba, y continúa
acicalándose el pelo con esos movimientos rápidos de atrás
hacia adelante que siempre le erizaban el peinado. Bright moments
suena leve a través de las bocinas colgadas sobre repisas. En las
paredes rojas, las sombras de los
clientes se distienden como guardianes nocturnos; mesas chaparras le aportan
intimidad al ambiente sutil.
Muchas veces planeaste y en varios
escenarios este momento. Ante el
espejo ensayabas los gestos, el movimiento de tus manos, las palabras adecuadas;
te vestirías de colores fríos
porque, según tú, debías trasmitir el mensaje con tranquilidad. Para decidir el lugar conveniente: el
restaurant donde come o la cafetería,
tardaste dos años y a este último
lo definiste como espacio neutral, sitio de excusa para encuentros; por eso fue designado. La fecha resultó para ti un conflicto mayor. Viviste pocos meses
tranquila sin pensar en elegir; y en muchos te invadía la angustia.
Los más te sumergías
en laberintos de insomnio e inquietud.
En ese vaivén transcurrieron seis años.
Hoy llegas a la cafetería en este día
nublado que amenaza con disparar gotas gruesas de lluvia como las que te
llueven en el alma y sin vestir ninguno de los atuendos que compraste para la
ocasión. Tu
imagen se refleja en los vidrios de la entrada del Rívoli; la miras un momento e intentas reconocer a la
mujer desaliñada, ojerosa y sin peinar. Mejor agachas la cabeza y entras.
Faltan treinta minutos para el arribo de
Efraín.
Cuando ves la hora en tu reloj pulsera, sientes un impulso de salir
corriendo y perderte entre las calles; logras dominarte con los puños apretados. No quieres café, son suficientes los recuerdos para mantenerte
alerta y con el corazón en vilo. El mesero sirve el té que solicitaste y, al mismo tiempo, mira tus manos;
entonces, ve los rasguños y por instinto las
escondes. No te molesta la seña en círculo que hace alrededor de su oreja cuando se
dirige hacia la barra; otra mesera secunda la befa, tal vez no están equivocados.
Flashazos iluminan tu cara, son los relámpagos que dan la bienvenida a la tormenta; llega
brusca, lanzando en cortinas chorros de agua. Es inevitable, empiezas a llorar al tiempo que el cielo se
desgrana; ráfagas de viento le escupen a las gotas, deformándolas; el ventarrón
se filtra sin obstáculos al
Rívoli. Hay
algunas mesas vacías; el ruido de la lluvia y el murmullo humano
opacan el castañeo de tus dientes. Dos hombres sentados en la mesa
de la entrada han descubierto que lloras, te miran por momentos con discreción. Este día
muchas cosas están en tu contra; el ambiente, tu atavío y el principal: lo indefectible. Sabes que hablar
de vida, de nacimiento, es diferente a dialogar de muerte. Dar una noticia de pérdida sin haber anunciado antes la ganancia resulta
ambiguo. El tiempo se comió el momento adecuado y lo permitiste. Durante seis años tu hijo ahuyentó
tu soledad y te dio alegría. Hoy el dolor es grande, te despiertas a
diario de un sueño no reparador, sintiendo el fantasma del beso
infantil. Echas de menos sus ojos grandes, sus travesuras, sus hoyuelos, su
mirada condescendiente cuando lo reprendías. Entras a su recámara que no has logrado desocupar, el dolor que
experimentas te lacera; a veces, temblando, imploras tu muerte para escupir esa
opresión en el pecho que te impide respirar. Existen
momentos en los cuales revientas maldiciones, te enojas con las circunstancias;
luego estás agotada, abrazas sus ropas y besas sus fotografías. Un
día deseaste que Efraín
estuviera a tu lado y, desde entonces, la idea de compartir el dolor no ha
dejado de dar vueltas en tu cabeza.
Por eso estás en la cafetería.
Por un momento dudas de que él llegue, la lluvia no cesa, se encuentra en lucha
intermitente con el viento. Miras
el piso cuando al fin él pasa a tu lado;
después, se sienta en la mesa contigua.
El espress de Efraín ya está
sobre su mesa; se agacha para sacar un libro del portafolio y, entonces, te ve.
Esa mirada tan tuya, bien cocida, espesa, jala la de él. Estás más delgada, tú pelo corto lo hace dudar. Seis años no son demasiados
o quizá no son de importancia cuando existió atracción
y armonía.
El conflicto de nuevo aparece en ti, enfrentas la indecisión sin desviar los ojos del suelo; entonces (en esta
cafetería rodeada de locales y edificios, donde vive la
rutina) vuela una paloma gris y blanca.
Ni tú ni Efraín
logran definir con exactitud de dónde
sale. Hilos sin nombres te
jalan. Te pones de pie cuando él se dirige hacia ti. Sin darle tiempo para nada, sales a llorar con la lluvia, a
cargar sola el duelo con las mismas piernas con las que cargaste tu demodé.
lunes, marzo 05, 2012
Dios.com
Jorge Oropeza
El
mundo recibió con desconfianza el portal en internet que anunciaba ser creado y
atendido por el mismísimo Todopoderoso. Sin embargo, conforme los milagros
fueron conociéndose, la gente sintió tocadas las fibras más íntimas de su ser y
una nueva ola de fe nació. Sonriente, el demonio respondía todos los mensajes
que llegaban hasta el portal; por fin había logrado revivir la vieja quimera de
que Dios existía.
martes, enero 31, 2012
Videogame exitoso
Carlos de Bella
Si pasabas el camello por el ojo de la aguja, difícil pero posible, obtenías 5000 puntos; al volver a hacerlo 50000 y así crecía sucesivamente, cada vez más complicado. Finalmente llegaba el fatídico “Game over” donde debías insertar otra ficha para participar nuevamente.
Cientos de miles de tontos acrecentaban las ganancias por minuto y al dueño realmente le importaba un bledo, si entraba o no al reino de los cielos.
Si pasabas el camello por el ojo de la aguja, difícil pero posible, obtenías 5000 puntos; al volver a hacerlo 50000 y así crecía sucesivamente, cada vez más complicado. Finalmente llegaba el fatídico “Game over” donde debías insertar otra ficha para participar nuevamente.
Cientos de miles de tontos acrecentaban las ganancias por minuto y al dueño realmente le importaba un bledo, si entraba o no al reino de los cielos.
lunes, enero 30, 2012
Sahara
Gabriel Bevilaqua
El hombre observa el cuadro. Se acerca, se aleja, vuelve a acercarse. Está fascinado por la forma realista y casi abstracta a la vez con que el artista ha captado el paisaje. El sobrio juego de luces y sombras entre las dunas. De repente, nota una mácula en el borde inferior del lienzo. Gira la cabeza hacia un lado y hacia otro, luego se da vuelta. No hay nadie más en el recinto. Pasa la mano por el cuadro y, en efecto, comprueba que aquello es algo extraño al mismo. Lo quita raspando con la uña. Se siente satisfecho, como si esa pequeña acción contribuyese de alguna forma a la grandeza de la obra de arte. Retoma su goce estético hasta que un sonido leve se impone al silencio. Con horror, lo ubica. Es el susurro de la arena escapándose del cuadro por un creciente orificio donde antes estaba la mácula. Un montículo se encumbra ya varios centímetros, casi medio metro a decir verdad. No sabe qué hacer. Advierte que la sala continúa vacía y se marcha sin mirar atrás.
Al otro día, el hombre abre la ventana del dormitorio y se lleva ambas manos a la boca. La arena se extiende por toda la ciudad arañando los terceros pisos y no para de subir.
«Quinto, vivo en un quinto», piensa, mientras, soterradamente, procura olvidar el título de aquella obra.
El hombre observa el cuadro. Se acerca, se aleja, vuelve a acercarse. Está fascinado por la forma realista y casi abstracta a la vez con que el artista ha captado el paisaje. El sobrio juego de luces y sombras entre las dunas. De repente, nota una mácula en el borde inferior del lienzo. Gira la cabeza hacia un lado y hacia otro, luego se da vuelta. No hay nadie más en el recinto. Pasa la mano por el cuadro y, en efecto, comprueba que aquello es algo extraño al mismo. Lo quita raspando con la uña. Se siente satisfecho, como si esa pequeña acción contribuyese de alguna forma a la grandeza de la obra de arte. Retoma su goce estético hasta que un sonido leve se impone al silencio. Con horror, lo ubica. Es el susurro de la arena escapándose del cuadro por un creciente orificio donde antes estaba la mácula. Un montículo se encumbra ya varios centímetros, casi medio metro a decir verdad. No sabe qué hacer. Advierte que la sala continúa vacía y se marcha sin mirar atrás.
Al otro día, el hombre abre la ventana del dormitorio y se lleva ambas manos a la boca. La arena se extiende por toda la ciudad arañando los terceros pisos y no para de subir.
«Quinto, vivo en un quinto», piensa, mientras, soterradamente, procura olvidar el título de aquella obra.
lunes, enero 23, 2012
miércoles, enero 18, 2012
Impermanencia
El rey, desesperado, llamó a los sabios de la corte.
—Estoy fatigado de vivir entre la felicidad y el dolor constante. Encuentren una pócima o un talismán que me haga invulnerable a dichos estados de ánimo. Antes de un mes deberé tener respuesta o morirán decapitados
Los sabios mantuvieron reuniones a puertas cerradas, trabajando días y noches. Unos minutos antes de que se cumpliera el plazo uno de ellos se presentó ante el rey.
—¿Han encontrado la solución?
El hombre se inclinó ante su majestad ofreciéndole un pequeño cofre que contenía un anillo de oro.
—¿De qué me servirá esto?
—Su excelencia debe llevar este anillo todos los días de su vida y cuando se encuentre ante la felicidad desbordante o ante el dolor más profundo, leerá la inscripción que se encuentra grabada en su interior.
El monarca leyó: “Esto también pasará”
(Cuento budista, contado por Tony Karam y redactado por Amélie Olaiz)
lunes, enero 09, 2012
Instrucciones para cardar a la Luna
Jorge Borja
Espere una clara noche de plenilunio, de preferencia
domingo para amanecer lunes. Procúrese los utensilios necesarios: un peine de
marfil, un martillo de plomo, unas tijeras de oro y un paño de terciopelo
verde. Aguarde en atenta vigilia hasta maitines, hora en que la vanidosa Luna
busca un espejo. Si usted no tiene un pozo anciano, una charola de plata o un
espejo de azogue en dónde retenerla, no se preocupe. Unos ojos oscuros le
pueden servir como señuelo. En esas pupilas, Selene se sentirá como en su casa.
Mírela morosamente y sin parpadear. La Luna es muy curiosa, háblele de la
violenta luz del día, de la voracidad del metro, de la cólera de los relojes
checadores, del jubiloso silbato de la fábrica o de tantas cosas que ella no
conoce. Seguramente la sorprenderá. El sol le ha platicado pero ella no le cree
por presumido. Convénzala de que el día es un infierno hipócrita y que la
verdadera condición humana sólo se revela de noche. Cuando la mire más
aquiescente, cambie el tono. Dígale que la quiere y que hace mucho que no
duerme con tal de estar con ella. Abrúmela con piropos y otras lindezas.
Recuerde que la Luna, como toda dama solitaria, es afecta a las cursilerías. Si
ya le arden los ojos, parpadee varias veces, suelte una tímida lágrima. Nada
conmoverá más a Selene.
No se desespere. Ya la tiene usted en la bolsa. Tenga
a mano sus utensilios necesarios. Como quien no quiere la cosa acaricie sus
lánguidos rayos. Si ella lo consiente sin reclamos, saque el peine. Con la mano
izquierda frote sus rayos y con la derecha páseles el peine. Para distraerla
cuéntele algún chisme sobre sus hijas las estrellas. Frote con más energía y
peine hasta que una lluvia de chispas plateadas le impida la visibilidad.
Entonces, con prestidigitación de mago, cúbrale la cara con el paño. Apriete,
apriete, apriete. Cuando escuche un ligero PLOP... afloje. Selene se habrá
desvanecido entre sus manos. En el paño verde encontrará unos hilos lácios y
dúctiles como de alpaca. Empiece a trenzarlos lentamente. Cuando haya logrado
una trenza de regular grosor, corte las puntas con las tijeras. Las puntas sirven
de abono en tierras yermas y si se arrojan al mar provocan tempestades. La
trenza se corta en varios trozos y cada uno de estos se aplana y redondea con
el martillo hasta darles la forma de una moneda a la cual se puede dar
múltiples usos. Si se pone a hervir en agua serenada, evita el mal aliento y
cura el insomnio. Si se macera junto con hojas de cardamomo y luego se unta
detrás de las orejas, es un magnífico repelente contra los bobos. En caso de
crisis económica pueden empeñarse estas moneditas en el Montepío, haciéndolas
pasar como una reliquia de familia. Esto último no es buen negocio porque ahí
no ofrecen ni lo que vale la desvelada.
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