Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

jueves, mayo 22, 2008

:::: Es tarde


Víctor Pavón (México)
Rafael despierta por los golpes que su mamá le da a la puerta de su recámara; en seguida toca sus calzones, están mojados. Su madre insiste, pero está asustado y no se levanta. “Báñate”, le dice, “el agua está caliente”, tiene el tiempo justo para arreglarse y desayunar, es hora de ir a la escuela.
Como no sale de su habitación, su mamá entra y lo encuentra acostado, tapado con las cobijas; le grita, le dice que no sea flojo, que debe ir a la escuela, pero Rafael no se levanta, sólo la mira; entonces ella, como todos los días, de un tirón le jala las cobijas y descubre las sábanas mojadas, lo toma del pelo y le pega, le dice que no es un bebé, y lo lleva al baño, abre las llaves de la regadera y lo deja bañándose. Entre el sonido del agua aún alcanza a escuchar los gritos de su mamá desde la cocina, llora, el jabón entra en sus ojos.
Cuando sale observa a su madre maquillándose, también se prepara para ir a trabajar. Rafael se pone rápidamente el uniforme escolar y se arregla el pelo, aún le duele la cabeza por los jalones.
“Ya estás grande para seguirte orinando en la cama, ya tienes ocho años, imagínate que dirían tus compañeros de la escuela si saben que te mojas en la cama, a ver si no te da vergüenza, si tu maestra supiera que me das problemas, aparte de no trabajar en el salón de clases”, le dice, él se queda callado; ella le sirve la leche caliente, no le gusta, ni el huevo semicrudo de todas las mañanas, ni el pan ni nada.
Cuando salen del edificio para dirigirse a la escuela a unas cuantas calles, le hace mil recomedaciones, “debes estudiar para ser alguien en la vida, hazle caso a tu maestra y cuando terminen las clases ve con la vecina del cuatro para que te dé de comer, espérame cuando regrese, te quiero mucho, no me gusta pegarte, pero lo hago para educarte, cuídate”, le da un beso, lo deja en la puerta de la escuela y se va a su trabajo en la oficina.
Rafael observa a sus compañeros de cuarto año jugar futbol en el patio de la escuela, tiene unas ganas enormes de participar, pero no lo dejan, le dicen que es un tonto, que no sabe pegarle a la pelota, lo corren, le gritan que no moleste. Suena el timbre para entrar al salón de clases y corre a la fila de su grupo.
De reojo ve a su maestra al frente de la formación y se angustia porque siempre lo pone en ridículo. Ya en el salón de clases la profesora les revisa a cada uno la tarea. Cuando le toca el turno a Rafael le dice que sus cuadernos y sus libros son una porquería, que no le entiende a su letra y de castigo lo deja parado con otros compañeros en las mismas circunstancias. Se le hacen eternas las horas en la escuela, mientras los niños que están sentados se burlan.
Por fin suena el timbre anunciando la salida, toma su mochila y espera la orden para formarse; en ésas está cuando la maestra se le acerca y le dice que quiere hablar con su mamá y si no va que mejor ni se presente. Rafael permanece callado, toma sus cosas y se va.
Cuando sale de la escuela se dirige a su casa, pero sólo de pensar en la sopa de la vecina siente náuseas. Distraído se echa a caminar por calles distintas a las habituales. Camina y camina y pierde la conciencia del tiempo. Sin proponérselo llega a un deportivo, entra y se sienta en una banca, así pasa un buen rato hasta que llega un niño casi de su misma edad, trae una pelota y su mochila de la escuela.
El niño deja sus cosas en el piso y se pone a patear la pelota. Rafael lo observa. El niño también lo ve y le pregunta si quiere jugar con él, Rafael acepta en seguida. Deciden poner una portería con sus mochilas y se turnan los puestos de portero y tirador de penales. Pasan las horas y siguen jugando, a veces en los columpios, a veces con la pelota. De pronto el niño ve a lo lejos a su mamá, quien lo anda buscando, le dice a Rafael que se va porque si no le pegan, toma rápidamente su mochila y su pelota, huye. Rafael sólo atina a observarlo.
Rafael sale del deportivo y toma un rumbo desconocido; después de caminar varios minutos, descansa en el asiento de un parabús. Ve pasar los coches, van y vienen. Mira cuando las personas ascienden y descienden de los autobuses, ni las unas ni las otras deparan en su presencia, tampoco parece importarle. Al poco rato retoma su camino.
Así transcurre el tiempo, ya casi es de noche. A lo lejos observa en una calle a mucha gente y la curiosidad le anima a averiguar de qué se trata, se acerca, ve las casas adornadas, muchos juegos mecánicos, los niños con sus madres y sus padres, una banda de música y muchos puestos con luces, es la fiesta de un barrio a donde ha llegado.
Se mete entre la gente y como puede llega hasta la entrada de la iglesia, en donde los feligreses apenas caben, escucha la voz del cura. No entiende. Decide ir al costado del templo porque en ese lugar están encendiendo juegos pirotécnicos y mira cómo el cielo se llena de colores y las explosiones llaman su atención. Ahí se la pasa un buen rato.
Sale de la iglesia y camina con su mochila en la espalda entre la gente, ve puestos de buñuelos, de pan recién preparado, de dulces, de algodones, por aquí; de bebidas, de tiro al blanco, de boliches, de dardos, por acá.
Más adelante están los juegos mecánicos, escucha los gritos de quienes están en las alturas de la rueda de la fortuna, se emociona y echa a andar, la música se escucha cada vez más fuerte, la gente va y viene, él recorre a mirar todos los juegos, pero el que más le llama la atención es el de las sillas voladoras, ríe tan sólo por mirar cómo los demás niños están felices, siente como si fuera él el que viajara en una de esas sillas.
El encargado de ese juego lleva rato observándolo y le dice que si quiere subir, que él le regala la entrada. Rafael acepta y corre a subirse a una de las sillas voladoras, se pone el cinturón de seguridad y agarra las cadenas delanteras.
El juego empieza a girar poco a poco, el aire se estrella cada vez más violentamente en su rostro, sus gritos se confunden con los de los demás niños, el sonido de la música es cada vez más ensordecesor, el bullicio de la gente se confunde con los truenos de los cohetes que están lanzando desde la iglesia, la velocidad con que giran las sillas es más intensa, abre los brazos y siente que vuela, cierra los ojos y lejanamente escucha que le dicen que se levante, que es tarde, es hora de ir a la escuela.