Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

viernes, septiembre 13, 2013

Chimpancé y arquitectura, 2010. (Homenaje a Heberto Castillo)



Óleo de Rodrigo Ayala

Nostalgia



Agustín Cadena


Treinta años después de su matrimonio con Jane, Tarzán era un cincuentón calvo y con sobrepeso.
            Habían tenido dos hijos y ya no vivían con ellos.
            Tarzán trabajaba en un periódico, poniendo en orden alfabético los anuncios clasificados. Era un trabajo que nadie quería hacer, pero a él le parecía entretenido.
            En las tardes llegaba cansado a su apartamento y, después de comer con su amada Jane, se ponía sus pantuflas de zarpas de tigre, se sentaba en su sillón reclinable y buscaba el control remoto de la televisión para mirar los documentales de Animal Planet. Apenas si podía creer que alguna vez él hubiera estado cerca de todo aquello.
            Los viernes iba a un bar a jugar dominó con sus amigos, y los sábados los pasaba con su mujer en el centro comercial. Llegaban por la mañana y se ponían a mirar las tiendas, compraban alguna cosita que estuviera de oferta. Luego se sentaban a comer una pizza, y en la tarde se metían a una sala de cine. No había para qué salir del edificio.
            A veces hacían el amor al llegar casa, pero Tarzán ya no tenía los bríos de la juventud; ya no era el salvaje hipersexual de quien Jane se enamorara un lejano día, en una igualmente lejana selva africana. Ya ni siquiera le salía su grito. En realidad siempre le había costado trabajo excitarse con el cuerpo lampiño y relativamente inodoro de su mujer. Extrañaba a sus antiguas amantes, las hirsutas gorilas de la selva. Ésas —se decía lleno de nostalgia— sí que eran hembras.

miércoles, septiembre 04, 2013

Nuevo y viejo



Fotografía de Amélie Olaiz

Mentiras transparentes. Háblame



Felipe Garrido

-Dulce, ¿te acuerdas que sobabas a mi mamá?
-No soy Dulce, mamá. Soy yo.
-¿Quién?
-Yo, mamá, tu hija.
-Pensé que eras Dulce. Porque cantas como ella, ¿sabes? Así sin abrir la boca. Y porque eres buena pa sobar. Más arriba, hija, allí, más fuerte, no le pares. Pero, sí te acordarás que te conté que Dulce sobaba a mi mamá, ¿no es cierto? Allí no, hija, junto al hueso, más fuerte. Me acuerdo como si fuera ayer. Así, hija, así, no le pares, no sabes cuánto me sirve. A ella eran las piernas, ¿te acuerdas?
-No, mamá, yo no la conocí.
-¿No eras tú que la sobabas?
-No, mamá.
-Pero... O sea, tú eres nieta de María, ¿no es cierto?
-Sí, mamá, pero acuérdate, yo no la conocí. Acuérdate que cuando yo nací ya se había muerto. Y no andes volteando, madre, no te muevas, no me mires.
Una larga pausa en el sopor de la tarde que empezaba a llenarse de chanates.
-Y ¿por qué, Dulce, por qué no iba yo a mirarte? ¿Ya te moriste también? Contéstame Dulce, ¿no me oyes? Háblame.

lunes, septiembre 02, 2013

Picado




Fotografía de Amélie Olaiz

ciudad de méxico, enero 2010


adrián román

llueve.
ayer vinieron los reyes magos.
cielo de nubes blancas
grises
plateadas.
 contemplan calles
gente
periódicos húmedos.
gotas resbalan por los parabrisas.
es posible que alguna otra tarde
me esperes donde se espera el trolebús.
sonreirás alborotando tu mata azabache.
el agua baja
acaricia a las mujeres
a las hermosas, a las feas
los árboles y las coladeras
la lluvia cae despacio
casi en silencio
como la presencia de un perro
sobre camiones
bicis mañaneras
tamaleros
señoras guapas
que manejan camionetotas.
donde estés, el sol o el frío
se acurrucan junto a ti
te lamen la mano.
lamen tu rostro despertando
tu risa
tu sudor.
la bestia descortés
(que avanzaba a zancadas entre tus piernas)
hoy está apachurrada, sola.
esperamos que de pronto brotes
desde el reflejo de los árboles
los restos de la lluvia
o que aparezcas con el vapor de los tacos
quisiéramos
esta bestia y yo
que algo tuyo tuvieran
los perros que se mojan
los odiosos gatos.
a esta hora
niñas descubren el sexo
con otras niñas
mientras sus madres hacen cualquier cosa.
los ancianos hablan con las plantas
y sopean el pan hasta que se desbarata.
señoras cachondas se aguantan las ganas
mientras miran el árbol de navidad.
la lluvia resbala por la piel carcomida
de los bóilers chamuscados
en el atole
los cigarros
y atraviesa el vapor
que a todos nos sale por la boca
nos hace parecer escuetas locomotoras
que avanzan a pesar del frío.
cuelgan calzones esperando
secarse para mañana
en las tiendas siguen las ofertas
y en los hogares nacimientos.
escucho tu nombre acurrucado entre mi voz
escucho a la vecina que barre
el agua estancada en su puerta.
el ronroneo de los tráileres
ha dejado de ser arrullador.