Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

martes, noviembre 17, 2009

teorema


Autor: Miguel Ruibal
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:::: Aquí está tu cielo

Amélie Olaiz


Ayer, mientras recapitulaba lo nuestro, caí en la cuenta de todo lo que ha pasado desde que te fuiste. Las cosas han cambiado mucho, ya no tengo la agencia de viajes donde nos conocimos, la he transformado en una pequeña tienda de curiosidades para turistas espirituales. Vendo tankas de protectores como Mahakala y deidades femeninas como Tara verde. Tengo también a Chenresi, buda de la compasión, a Manjushri de la sabiduría y a Maitreya para el futuro. Hay gongs traídos de Boudha, mandalas que se hacen con polvo de mármol, estatuas de budas de Patán, catalejos que consigo en los mercados de pulgas y que nos sirven para ver, desde otra óptica, los acontecimientos que nos lastiman, esencias para aromaterapia, cajas con incrustaciones de concha nácar que se usan para guardar los sentimientos valiosos, malas de semillas de loto para unir la mente con el habla y telas con dragones custodios para los altares. Son especiales porque vienen de una tienda de la ruta de la seda. También vendo paisajes montañosos en miniatura. Se hacen con piedritas que encargo a mis amigos que viajan cada año al Tíbet y que coloco sobre arena de Cancún. Quien los compra debe hacer lo mismo hasta convertir la actividad en una pequeña meditación. Hace unos días me ofrecieron unas pachminas que compré sin dudarlo. Aunque aquí siempre hace calor, cuando la gente tiene frío en el alma, la sensación se cuela hasta los vellos. Es bueno cubrir los cuerpos dolidos con una tela suave, que les dé calidez.

Yo misma pinté el techo de azul y con una plantilla dibujé, basada en una constelación real, estrellas de cinco picos en diversos tamaños. En el fondo puse una luna creciente que se ve muy natural. ¿Sabes?, la gente ya no tiene tiempo en estos días de mirarla y cuando la descubren en la tienda salen a la calle para ver si localizan a la verdadera. También coloqué estrellas fugaces a la salida; si alguien no se siente muy a gusto aquí, puede, influido por la velocidad cósmica, salir más rápido de la tienda. Hay varios móviles de sistemas solares que no se parecen en nada al nuestro. Los hice pensando en mares limpios, atmósferas puras, tierras fértiles y ríos cristalinos. En el patio trasero sembré un laurel de buen tamaño y he dispuesto macetones con bugambilias y otros con gardenias para que perfumen el ambiente. Entre ellos hay algunas mesitas de madera con patas de hierro forjado que compré en Tlaquepaque. Encima puse manteles que deshilan, con paciencia infinita, las mujeres de Aguascalientes. Ahí sirvo café o té y pasteles a los comensales. Sí, me dio por la repostería y hace unos meses tomé un curso en una pastelería neoyorquina del Soho donde hacen los pasteles más finamente decorados que he visto en mi vida. Preparar cada uno es como hacer un cuento, cada cual tiene su historia. También me he especializado en las infusiones y puedo ofrecer desde un té de flores para relajar o de bergamota para vigorizar, hasta exóticos aromas con base de té negro. Preparo, sólo a los clientes más asiduos, infusiones especiales para curar amores imposibles, ilusiones perdidas, nostalgias arraigadas y vacíos que no se llenan. También puedo, con la combinación adecuada, calmar la ira excesiva, el ego exacerbado y los apegos que atormentan. Pero estos, los especiales, requieren de un tratamiento personalizado cuando se sirven. Muchas veces tengo que sentarme con el cliente mientras se toma la infusión. No tienes idea la cantidad de historias sorprendentes que he escuchado. Ya me conoces, me adentro tanto en ellas que al recordarlas no sé si las he vivido yo misma en otro tiempo. Por eso, en las noches, he vuelto a escribir; alguien tiene que guardarlas para que no se pierdan en el olvido. Además hay mucha gente que necesita ser escuchada y ya nadie tiene tiempo para los discursos ajenos. Hace unos días tuve que comprar jarras más grandes. Se requiere mucho té cuando los síntomas son profundos y sería grosero levantarse de la mesa si una persona tiene mucho que contar. Arturo, el de la tienda de antigüedades, me ha conseguido una variedad de jarras que vienen del Tíbet. Estoy convencida de que provocan un efecto adicional en el cliente porque desde que las tengo la gente sale prácticamente curada. Pienso que las jarras deben tener restos de mantequilla de yak, y que esta grasa animal no sólo calienta el cuerpo sino también el espíritu. Yo suelo hablar mucho con mis clientes. Claro, después de escucharlos, les hablo del Tíbet, de Katmandú y del Buda histórico. Me gusta retomar algunas historias de los sutras y otras que me han relatado mis maestros. Siento que les hace bien esta filosofía porque salen más contentos de lo que entraron.

Hoy, antes de cerrar el local, observé los cojines que me entregó el tapicero y que distribuí por el piso. Más que una tienda este espacio parece un salón para meditar. Por unos minutos me pregunté qué objetivo he perseguido al hacer todo esto. Si ha sido con un honesto deseo de ayudar a otros o para curar el dolor que me impone tu ausencia. Luego apagué la luz, bajé la cortina metálica y me fui caminando por la calle mojada, brillosa por el reflejo de los faroles nocturnos. Recordé tu voz diciendo palabras tiernas y llamándome “ mi cielo”. Fue en ese instante cuando por fin decidí el nombre del local. Mañana encargaré una marquesina bien grande que puedas ver el día que vuelvas: “Aquí está tu cielo”.