Alfonso Pedraza
Siempre va a paso rápido, de mañana o tarde, mirando al suelo. Con ropas ligeras a pesar del invierno. Se acerca y dice.
—¿‘ta nojao?, ¿´ta nojao?
Cachera su nombre. Que no es su nombre, pero lo es. En su cara seria se asoma una mueca, casi sonrisa.
—Dime Cacherita —suplica con voz gruesa de ignorada adultez.
— Dime Cacherita —repite hasta el cansancio.
Volteo a diestra y siniestra. La solitaria calle, cómplice, me incrusta la ternura.
— Cacherita —repito en un susurro, casi en silencio.
Su cara se ilumina y se aleja. El ladrón de alegrías me deja. Gritando entre risotadas.
— ¡No estoy looooco!
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