Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

viernes, enero 30, 2009

El rincón de los hombres

Fernando C. Pérez Cárdenas, México

Las madres siempre creen saber qué es lo que te pasa. Sobre todo si tienes quince años. La semana pasada la mía se la pasó a dale y dale: "Vamos, háblale. Para que se contenten y ya quites esa cara." ¿Qué cara? "¿Cómo que qué cara? Crees que no me doy cuenta..." Hasta que me hizo sonreír y menear la cabeza. "Esta bien, le hablaré." Pero tendría que ser más tarde, porque a esa hora me había quedado de ver con los muchachos en la casa de Juan para tratar de echar a andar su carcacha. Rápidamente fui a mi cuarto a recoger mi chamarra y a paso apresurado me dirigí a la puerta de salida. Antes de cerrarla todavía alcancé a oír:

-¡Piénsalo bien, Claudia es una buena chica! ¡Pero en fin, es tu vida!

Con las manos en los bolsillos, me encaminé enfrentando el viento que soplaba sobre mi cara, respirando hondo esos aires templados de septiembre, decidido a concentrar todas mis fuerzas en obras que realmente valieran la pena, sin permitir que insignificancias amainaran mi determinación.

Al llegar a casa de Juan, los muchachos ya tenían en el suelo las piezas del carburador. Dos horas más tarde, todos esperábamos ansiosos mientras Juan, sentado en el asiento del conductor, se disponía a encender la marcha. Una verdadera ansia por conocer el resultado de nuestro esfuerzo colectivo nos embargaba. El escape emitió una espesa nube de humo en señal de triunfo.

-Ya ve, mi buen, y usted que insiste en que las cosas no salen a la primera-, me dijo Octavio, apoyando su mano en mi hombro derecho.

En la noche, para celebrar nuestra proeza, fuimos al supermercado a comprar cervezas. Bebimos algunas en el auto, recorriendo la ciudad. El resto lo consumimos en la casa de Octavio, aprovechando la ausencia de sus padres. Tirados en la alfombra de la amplia sala, bebíamos y devorábamos el fruto de furtivos asaltos al refrigerador. Cerca de las diez y media, el recuerdo de Claudia empezó a rondar en mis pensamientos. ¿Por qué fregados no me deja en paz? Varias veces pensé en hablarle, pero consideré que se vería extraño, como un signo de flaqueza, el apartarme del grupo para hacer la llamada. Podría retirarme y hablarle desde mi casa. No, eso sería darle demasiada importancia al asunto. Al final me sentí satisfecho de haber encontrado la mejor solución: que se fuera al diablo.

A la mañana siguiente, unos toquidos en la puerta de mi recámara me despertaron:

-¡Teléfono! ¡Apúrate, es ella, no la hagas esperar!

Casi me levanto de prisa, pero reprimí ese impulso. Sentado en la cama, bostecé y me tallé los ojos. Una pausa.

-¡Dile que le hablo más tarde!-. Por respuesta sólo escuche el caminar de mi madre al alejarse.

A las cinco de la tarde me sentía bastante satisfecho de no haber cedido a la tentación de hablarle. Pero consideré que había llegado el momento oportuno de llamar e invitarla, no sé, quizás a caminar o a tomar un café... Después de todo, no tenía caso seguir disgustados. Lo malo fue que su hermana contestó, y me informó que Claudia no se encontraba en casa y que no sabía cuándo regresaría. Lo bueno fue que una llamada salvadora de Juan llegó casi al colgar. Con el ánimo de nuevo en alto, mientras esperaba a que los muchachos pasaran por mí, volví a hablar a casa de Claudia para decir que le hablaría como a eso de las diez.

Sentado en la parte trasera del auto, con una cerveza entre las piernas y las manos en la nuca, veía pasar las calles y los jardines con niños corriendo. Abrí un poco más la ventana para mejorar el efecto que aquel clima delicioso y el alcohol producían en mí. Poco después, topamos con tráfico. Me dediqué a estudiar a la gente que deambulaba por la acera. Bruscamente salí de mi letargo cuando creí divisar a Claudia con compañía. Los demás no la vieron. De reojo, disimuladamente, comprobé que sí, efectivamente, caminaba junto a un tipo alto. ¿Qué tan cerca? No lo pude saber porque mi desconcierto me obligó a agachar mi cabeza y permanecer así. Juan notó mi silencio. En un alto me lanzó una interrogante mirada:

-¿Qué pasó, pensando en la Claudia, eh?

-¡Ni madres! Lo que pasa es que me puse triste al ver mi botella vacía...-risas-. Además, ella ya es cosa del pasado... ¡Hey, Tulio, pásame otra cerveza, que se calientan, güey!

Nueve de la noche. De vuelta en casa. Me encerré en mi cuarto. ¿Qué tan cerca? ¿Tomados de la mano? No creo... ¿De dónde salió ese imbécil? Con tantas dudas decidí que lo más conveniente sería no hacer la llamada: que se fuera mucho al infierno.

***

Hoy fue el primer día de clases en la prepa y regresé a casa con un renovado espíritu. Había iniciado una nueva etapa de mi vida. Qué alivio, Claudia era en realidad cosa del pasado, pensé. Pero algo surgió demasiado pronto. Mi madre me informó en la cena que Claudia había hablado para decir que nos visitaría para regresarme unos discos y libros. "Ah, yo conozco bien esa treta. Seguro quiere aprovechar ese encuentro para reanudar lo nuestro."

Cerca de las diez de la noche el timbre de la calle sonó mientras yo me encontraba en la sala, enfrente del televisor, absorto en mis pensamientos. Mi madre salió, para regresar diez minutos después con una caja en las manos. Luego se sentó en la mesa del comedor a revisar la correspondencia. Antes de retirarse a dormir, me indicó despreocupadamente:

-Ah, tus libros y discos están en esa caja sobre la repisa. Buenas noches.

Una jugada inesperada en el ajedrez de la vida, de esas que nos sacan de balance y obligan a que nos preguntemos por qué a veces evaluamos tan mal nuestra situación. Pero hay que tener siempre en mente que los grandes jugadores se distinguen por su entereza en esos momentos difíciles. Sin percatarme, algo interior en mí había encontrado, no una solución a mis problemas, pero sí una actitud diferente para enfrentar la vida. Era un impulso desconocido para mí. Un descubrimiento liberador.

Me levanté del sillón para dirigirme a mi cuarto y cerrar con violencia la puerta. Mamá tocó insistentemente y yo no respondí. Volverá a tocar varias veces y no responderé. Pero estoy bien. Como no he estado en mucho tiempo. Estoy llorando.

3 comentarios:

Nanim Rekacz dijo...

Todo lo que se dice sin decir! Eso me encanta de algunos cuentos como éste.

Recomenzar dijo...

Bello cuento tremendamente bien escrito Abrazos volados para vos sin conocerte

Ophir Alviárez dijo...

La narración fluye e invita a ir por más, siempre por más...

Interesante la manera de decir, muy buena.

Saluditos,

OA