Odette Alonso
A plomo cae el sol. El mar es una planicie sobre la que se elevan algunos promontorios, algunas crestas blancas. No hay nada alrededor, sólo agua a la que quiero odiar pero no puedo. El mar que es padre y madre y maldición. Debajo está la Atlántida y ese poder no alcanza a absorberme ahora que lo cruzo.
Hace sólo unas horas aquella luz se hundía y emergía acompasadamente desde el último faro de la isla. Era señal de adiós. ¿De adiós definitivo?
A merced de las corrientes voy sobre esta tabla. La sal y el sol son enemigos, pero la noche es muerte. La oscuridad sin fin hasta el mar borra. Sólo queda el balanceo. Y el terror, ese hijo predilecto de lo oscuro.
¿Quién me ha dejado aquí? ¿Acaso yo y mi desesperación de mundo? ¿Acaso aquella luz que vislumbraba en la otra orilla? ¿Acaso el grito o el susurro de los otros? ¿Acaso él?
Tal vez allá, en el fondo, el atlante atesora toda su perfección y levanta ciudades de milagrosas pirámides. Tal vez soñarlo sea mi consuelo cuando el agua anega la incierta superficie y sé que las aletas me tenderán el cerco.
Atravesar el mar es como el purgatorio: no hay garantía alguna de superar la prueba. Y si aparece un puerto, allá en el horizonte, puede no ser la tierra para la salvación.
Cuando uno se echa al mar no piensa en el naufragio. Pero el naufragio es el único destino al que llevan las aguas y el resto de la vida, aunque llegue a la tierra, el hombre será un náufrago.
Fragmento de Visiones (México, NarrArte, 2000)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario