Efraín Villegas
La mamá
de mi vecino, ya había venido varias veces a mi casa a preguntarme, si de
casualidad, su hijo dejó olvidada su patrulla azul; yo, siempre le contesté que
no, que él se llevó todos sus juguetes y que él mismo, los había metido en una
caja de cartón. Quiero hablar con tu mamá, me dijo, como es posible que nunca
esté.- aja,- le respondí, déjame pasar a buscar, me dijo, estoy encerrado con llave
señora, le decía desde lo alto de la silla que acerqué a la ventana para poder
hablar con ella; ¡pero como te dejan así criatura!, ¿qué no tienes miedo?; ¿a
qué hora llega tu mamá?, no sé, ¿ya comiste? Al rato, contesté, lo que quería
yo, era que ya se fuera. Al rato vuelvo, dijo en un tono molesto, aja, dije
entre dientes.
Por
fin, un día encontró a mi mamá, me
regañó, por no haberle avisado que la vecina había venido varias veces a
buscarla. La vecina platicó un buen rato con mi madre en la sala; le debió
contar como fue que su hijo perdió la patrulla azul, mi madre me llamó, hijo,
dice la señora, que aquí fue el último lugar en donde Lalito jugo con su
patrulla, ¿te acuerdas de ella? Aja, conteste tímidamente, y que pasó, él se la
llevó en la caja de cartón, pero dice su mamá que nunca llegó la patrulla, que
todos los juguetes están, menos ese. Yo, le prometo señora, que si esa patrulla,
su hijo la dejo aquí, aquí va a aparecer, no se preocupe; así tenga que
voltear el patio de cabeza, porque ahí fue el ultimo lugar donde
jugaron, ¿no es cierto? Aja, contesté.
De la
ultima vez que habíamos jugado, ya
habían pasado dos o tres semanas, y todas las mañanas lo primero que me decía
mi mamá, era si ya había aparecido la patrulla azul, que si ya la había buscado
bien, ¿ya buscaste bien debajo de las camas, el ropero y la cocina? Me nombraba mil lugares, amenazándome, que si
ella la encontraba me iba a ir muy mal, que me iba a dar una chinga que la iba
a recordar todos los días de mi vida. Otras veces, con ternura me conminaba a
que le dijera la verdad, que si me gustaba ese juguete, ella me compraría uno
igual; que yo, no tenia necesidad de quedarme con algo que no era mío, que ése,
era un gran pecado y tú bien lo sabes, porque ya vas hacer tu primera comunión,
tú sabes que no tienes necesidad de eso, así que quiero que aparezca.
Mi
madre había prometido a la vecina, que si ella estaba segura que la patrulla
estaba en mi casa, esta iba aparecer, así me la tuviera que sacar del lomo a
fuerza de golpes, pero, de todas maneras busque usted bien en su casa, no sea
que este por ahí.
Pasaron
los días y la patrulla no aparecía, las visitas de la vecina, se hicieron mas
seguidas y tirantes, al grado de que un día amenazó a mi madre con traer a la
policía si no le entregaba la patrulla esa misma tarde, ese día, mi mamá me
hizo que reconstruyéramos los hechos de la ultima vez que habíamos jugado, a ver, ¡dime cómo viste que él puso la
patrulla en la caja de cartón! Le dije, que la última vez que jugamos, él se
había enojado porque yo, no quería prestarle su patrulla azul y porque yo,
siempre quería jugar a que él fuera el ratero que yo metía a la cárcel; se enojó mucho
diciendo que ya no quería jugar nunca más conmigo, entonces le dije que
se fuera de mi casa, y le empecé a llenar la caja con todos sus juguetes, lo
corrí, eso fue todo.
La
ultima vez que vino la vecina a mi casa, dijo que ya no quería nada, que nos quedáramos
con el juguete; que a mí me hacia mas falta, porque no tenía un padre que me
comprara una, que gracias a dios, Lalito si tenía uno que le podría comprar
muchas, y que qué se podría esperar del hijo de una putita, sino un ratero, le
dijo muchas, muchas cosas, hasta que mi madre impotente se sentó en el comedor
a llorar inconsolablemente.
Mi madre me llamó y me preguntó qué si había
escuchado todo lo que la vecina le había dicho, no, no oí nada, conteste, ¡no oíste
nada!, no, pues te lo voy a repetir, al tiempo que me agarraba de una oreja
arrastrándome hasta el patio donde había jugado por ultima vez con la patrulla
azul, esa maldita patrulla tiene que aparecer, gritó, yo solo escuchaba un eco
dentro de mí, con la palabra azul, azul, azul, azul, así que empieza a mover
piedra por piedra, porque si no, ahora si te la voy a sacar a punta de golpes,
llorando, movía yo con rabia de un lado a otro cada cosa que su índice
tembloroso ordenaba.
La
patrulla azul, nunca apareció en la casa. Mi madre rebusco por todas partes,
vacío el ropero varias veces, poniendo cada cosa sobre la cama, vació
nuevamente la alacena y el trastero, desdobló las cobijas y las sabanas
guardadas, buscó en cada una de sus bolsos, hasta en los bolsillos de sus
abrigos, vació las cajas de los buros, y
en su desesperación por hurgar en los
mas recónditos rincones, se llegó a romper o astillar las uñas, y en su rictus de dolor
me fulminaba con su mirada anegada de rencor.
Todas,
las noches, venciendo el sueño y el miedo a la oscuridad, iba hasta el patio y
bajo de una piedra, sacaba la patrulla azul y la llevaba a mi cuarto, y con la
luz apagada y la sabana sobre mi cabeza jugaba y jugaba, a veces, me ganaba el
sueño y amanecía con la patrulla azul a mi lado bajo la almohada; otras, casi
cayendo de sueño, volvía a poner a la patrulla en su lugar, así lo hice, desde
la primera vez que la patrulla se quedó en casa, era, de metal, pintada en un
azul marino como nunca he visto otra igual, un Ford Victoria modelo 57 a escala
perfecta, nunca mas he tenido la perfección y la felicidad tan a la mano; abría
todas sus puertas de par en par, su cajuela, su cofre, que mostraba un
reluciente motor, sus llantas cara blanca que se movían si uno le daba vuelta
al volante, tenia una sirena que titilaba y aullaba sobre su toldo, y que solo
podía disfrutar hasta el cansancio cuando mi mamá se iba a trabajar.
Así
pasé algunas semanas, hasta que me fastidie de ver enojada a mi mamá, ya que en
esos días se me preparaba para mi primera comunión, la catequista me hizo ver que yo estaba en
pecado mortal, y además, porque mi mamá, amenazó con suspender la fiesta. Una
noche, arrepentido, desenterré la patrulla azul y con toda la paciencia del
mundo, la até de tal manera que pudiera jalar el cordel, acerqué la escalera a
la barda y la deposité con cuidado infinito en el patio contiguo que era la
casa de mi amigo.
Pasaron
algunos días, y nuevamente la vecina apareció por mi casa, esta vez para
disculparse con mi madre, y para decirle que ya había aparecido la patrulla,
que su hijo la había dejado olvidada entre un montón de piedras en el patio y que su papá, le
había dado una buena golpiza por no saber cuidar sus cosas, pero sobre todo,
por haber dudado de nosotros y haber dicho tantas cosas que no merecíamos, no
sabe cómo estamos apenados, al tiempo que nos dejaba una gran gelatina de leche
con unas fresas del tamaño de un trompo.
Cuando
hice mi primera comunión, los primeros que llegaron y los últimos en irse
fueron mis vecinos; mi mama los perdonó, el papa de Lalito, bailó con mi mamá
muy pegadito, cachete con cachete, Lalito y su mamá se fueron a su casa porque
tenían sueño, yo me acosté en la cama de mi mama y desperté, cuando la cama se movía y rechinaba inclemente, sentí como me rodaron
contra la pared, me hice el dormido, escuché atentamente lo que decían de mí,
el dijo, ¿y si se despierta el niño? No te preocupes, el duerme como piedra. Lo
siguiente: eran como quejidos, como suplicas, como gritos, como prisas de ir
algún sitio desconocido.
Mi
primera confesión, fue el siguiente domingo, le confesé al cura todo sobre mi
robo de la patrulla azul hasta en su más mínimo detalle, también le dije que si
era pecado mortal el hacerse el dormido en la cama de mi madre y me dijo que no.
Cuando recibí
la hostia, supe que estaba listo para cualquier cosa, hasta para soportar que
mi mamá siquiera cantando aquella tormentosa canción, con la que casi estuve a
punto de admitir mi robo. Ya la pagarás……ya la pagarás…… Si en la
tierra no hay justicia …….en el cielo tú verás…… ya la pagarás…….
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