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lunes, junio 18, 2012

La patrulla azul


Efraín Villegas

La mamá de mi vecino, ya había venido varias veces a mi casa a preguntarme, si de casualidad, su hijo dejó olvidada su patrulla azul; yo, siempre le contesté que no, que él se llevó todos sus juguetes y que él mismo, los había metido en una caja de cartón. Quiero hablar con tu mamá, me dijo, como es posible que nunca esté.- aja,- le respondí, déjame pasar a buscar, me dijo, estoy encerrado con llave señora, le decía desde lo alto de la silla que acerqué a la ventana para poder hablar con ella; ¡pero como te dejan así criatura!, ¿qué no tienes miedo?; ¿a qué hora llega tu mamá?, no sé, ¿ya comiste? Al rato, contesté, lo que quería yo, era que ya se fuera. Al rato vuelvo, dijo en un tono molesto, aja, dije entre dientes.
Por fin, un día encontró a mi mamá,  me regañó, por no haberle avisado que la vecina había venido varias veces a buscarla. La vecina platicó un buen rato con mi madre en la sala; le debió contar como fue que su hijo perdió la patrulla azul, mi madre me llamó, hijo, dice la señora, que aquí fue el último lugar en donde Lalito jugo con su patrulla, ¿te acuerdas de ella? Aja, conteste tímidamente, y que pasó, él se la llevó en la caja de cartón, pero dice su mamá que nunca llegó la patrulla, que todos los juguetes están, menos ese. Yo, le prometo señora, que si esa patrulla, su hijo la dejo aquí, aquí va a aparecer, no se preocupe; así tenga que voltear  el patio de  cabeza, porque ahí fue el ultimo lugar donde jugaron, ¿no es cierto? Aja, contesté.

De la ultima vez que  habíamos jugado, ya habían pasado dos o tres semanas, y todas las mañanas lo primero que me decía mi mamá, era si ya había aparecido la patrulla azul, que si ya la había buscado bien, ¿ya buscaste bien debajo de las camas, el ropero y la cocina?  Me nombraba mil lugares, amenazándome, que si ella la encontraba me iba a ir muy mal, que me iba a dar una chinga que la iba a recordar todos los días de mi vida. Otras veces, con ternura me conminaba a que le dijera la verdad, que si me gustaba ese juguete, ella me compraría uno igual; que yo, no tenia necesidad de quedarme con algo que no era mío, que ése, era un gran pecado y tú bien lo sabes, porque ya vas hacer tu primera comunión, tú sabes que no tienes necesidad de eso, así que quiero que aparezca. 
Mi madre había prometido a la vecina, que si ella estaba segura que la patrulla estaba en mi casa, esta iba aparecer, así me la tuviera que sacar del lomo a fuerza de golpes, pero, de todas maneras busque usted bien en su casa, no sea que este por ahí.
Pasaron los días y la patrulla no aparecía, las visitas de la vecina, se hicieron mas seguidas y tirantes, al grado de que un día amenazó a mi madre con traer a la policía si no le entregaba la patrulla esa misma tarde, ese día, mi mamá me hizo que reconstruyéramos los hechos de la ultima vez que habíamos jugado,  a ver, ¡dime cómo viste que él puso la patrulla en la caja de cartón! Le dije, que la última vez que jugamos, él se había enojado porque yo, no quería prestarle su patrulla azul y porque yo, siempre quería jugar a que él fuera el ratero que yo metía a la cárcel;  se enojó mucho  diciendo que ya no quería jugar nunca más conmigo, entonces le dije que se fuera de mi casa, y le empecé a llenar la caja con todos sus juguetes, lo corrí, eso fue todo.

La ultima vez que vino la vecina a mi casa, dijo que ya no quería nada, que nos quedáramos con el juguete; que a mí me hacia mas falta, porque no tenía un padre que me comprara una, que gracias a dios, Lalito si tenía uno que le podría comprar muchas, y que qué se podría esperar del hijo de una putita, sino un ratero, le dijo muchas, muchas cosas, hasta que mi madre impotente se sentó en el comedor a llorar inconsolablemente.
 Mi madre me llamó y me preguntó qué si había escuchado todo lo que la vecina le había dicho, no, no oí nada, conteste, ¡no oíste nada!, no, pues te lo voy a repetir, al tiempo que me agarraba de una oreja arrastrándome hasta el patio donde había jugado por ultima vez con la patrulla azul, esa maldita patrulla tiene que aparecer, gritó, yo solo escuchaba un eco dentro de mí, con la palabra azul, azul, azul, azul, así que empieza a mover piedra por piedra, porque si no, ahora si te la voy a sacar a punta de golpes, llorando, movía yo con rabia de un lado a otro cada cosa que su índice tembloroso ordenaba.  
La patrulla azul, nunca apareció en la casa. Mi madre rebusco por todas partes, vacío el ropero varias veces, poniendo cada cosa sobre la cama, vació nuevamente la alacena y el trastero, desdobló las cobijas y las sabanas guardadas, buscó en cada una de sus bolsos, hasta en los bolsillos de sus abrigos, vació las cajas de los buros,  y en su desesperación por hurgar  en los mas recónditos rincones, se llegó a romper  o astillar las uñas, y en su rictus de dolor me fulminaba con su mirada anegada de rencor. 
Todas, las noches, venciendo el sueño y el miedo a la oscuridad, iba hasta el patio y bajo de una piedra, sacaba la patrulla azul y la llevaba a mi cuarto, y con la luz apagada y la sabana sobre mi cabeza jugaba y jugaba, a veces, me ganaba el sueño y amanecía con la patrulla azul a mi lado bajo la almohada; otras, casi cayendo de sueño, volvía a poner a la patrulla en su lugar, así lo hice, desde la primera vez que la patrulla se quedó en casa, era, de metal, pintada en un azul marino como nunca he visto otra igual, un Ford Victoria modelo 57 a escala perfecta, nunca mas he tenido la perfección y la felicidad tan a la mano; abría todas sus puertas de par en par, su cajuela, su cofre, que mostraba un reluciente motor, sus llantas cara blanca que se movían si uno le daba vuelta al volante, tenia una sirena que titilaba y aullaba sobre su toldo, y que solo podía disfrutar hasta el cansancio cuando mi mamá se iba a trabajar.
Así pasé algunas semanas, hasta que me fastidie de ver enojada a mi mamá, ya que en esos días se me preparaba para mi primera comunión,  la catequista me hizo ver que yo estaba en pecado mortal, y además, porque mi mamá, amenazó con suspender la fiesta. Una noche, arrepentido, desenterré la patrulla azul y con toda la paciencia del mundo, la até de tal manera que pudiera jalar el cordel, acerqué la escalera a la barda y la deposité con cuidado infinito en el patio contiguo que era la casa de mi amigo.
Pasaron algunos días, y nuevamente la vecina apareció por mi casa, esta vez para disculparse con mi madre, y para decirle que ya había aparecido la patrulla, que su hijo la había dejado olvidada entre un montón  de piedras en el patio y que su papá, le había dado una buena golpiza por no saber cuidar sus cosas, pero sobre todo, por haber dudado de nosotros y haber dicho tantas cosas que no merecíamos, no sabe cómo estamos apenados, al tiempo que nos dejaba una gran gelatina de leche con unas fresas  del tamaño de un trompo.

Cuando hice mi primera comunión, los primeros que llegaron y los últimos en irse fueron mis vecinos; mi mama los perdonó, el papa de Lalito, bailó con mi mamá muy pegadito, cachete con cachete, Lalito y su mamá se fueron a su casa porque tenían sueño, yo me acosté en la cama de mi mama y  desperté, cuando la cama se movía  y rechinaba inclemente, sentí como me rodaron contra la pared, me hice el dormido, escuché atentamente lo que decían de mí, el dijo, ¿y si se despierta el niño? No te preocupes, el duerme como piedra. Lo siguiente: eran como quejidos, como suplicas, como gritos, como prisas de ir algún sitio desconocido.
Mi primera confesión, fue el siguiente domingo, le confesé al cura todo sobre mi robo de la patrulla azul hasta en su más mínimo detalle, también le dije que si era pecado mortal el hacerse el dormido en la cama de mi madre y me dijo que no.
Cuando recibí la hostia, supe que estaba listo para cualquier cosa, hasta para soportar que mi mamá siquiera cantando aquella tormentosa canción, con la que casi estuve a punto de admitir mi robo. Ya la pagarás……ya la pagarás…… Si en la tierra no hay justicia …….en el cielo tú verás…… ya la pagarás…….

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