Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

jueves, febrero 16, 2006

:::: El ultimo piso

Mariví Cerisola
Llegó al hotel casi a las cinco de la madrugada. Pronto amanecería. El conserje la recibió tallándose los ojos, aturdido de sueño y con la mitad de la camisa fuera del pantalón; pero en cuanto la observó, supo que estaba frente a una legítima hembra. De esas que por aquel lugar poco o casi nunca se dejaban ver. Ella le echó un vistazo: No está mal el wey, ¿Por qué no?... Se alzó de hombros sonriendo. La noche había estado delirante: uno, dos, tres tipos. El tercero había sido el mejor, como todas las veces: alguno siempre superaba a los otros. Tomó la pluma y se registró. -Quiero un cuarto en el último piso. Después de lanzarle una coqueta ojeada al portero, con llave en mano, se fue a la habitación seguida por la lujuriosa mirada masculina. Así era siempre, desde el inicio de su historia.
El cuarto estaba en penumbras. -Ay qué delicia. Voy a dormir hasta la hora de la cena. Estoy agotada. Se asomó por la ventana para recrearse con el espectáculo luminoso que estaba a punto de extinguirse. Le fascinaba mirar las luces de lejos, esos brillos sorprendentes, caprichosos. -¿Y si extendiera el brazo? ¿Podría tomar un puñado de resplandor entre mis manos? Nunca. De un jalón cerró las cortinas y empezó a desvestirse. Mientras se quitaba el sostén de encaje negro evocó los ojos de ¿Arturo? Creo que ese era su nombre y le pareció que ahí mismo estaba esa mirada perpleja, suplicante, casi como si pudiera tocarla, sentirla de nuevo. Todo era lo mismo, con todos era igual. Primero el deseo y después...
Tuvo el impulso de embelesarse consigo misma y verse en el espejo. No tenía caso, ¿Para qué? Las pantys oscuras cayeron al piso y sus piernas se movieron libres, frescas, desnudas. Embriagada de recuerdos paseó las manos sobre su piel resucitando las caricias acumuladas, los besos, las voces enardecidas y las ganas, siempre las ganas. -Ay, estos hombres! eternamente andan ganosos y gracias a ese apetito yo no paso hambres. ¿Cuántos habían desfilado por su vida? Absurdo hacer cuentas, hace siglos que me dedico a esto.
Después de quitarse la ropa se metió entre las sábanas. Palpar el frío de la tela sobre su cuerpo desarropado le causaba un goce exquisito. El encanto de dormir en hoteles distintos era algo inevitable. Percibía las historias que estaban caladas en cada rincón de las habitaciones: secretos, esencias, gotas derramadas, intimidades.
Se acomodó boca arriba poniendo los brazos sobre su pecho y cerró los ojos. Varias imágenes deambularon dentro de su cabeza: ella nacida, ella adolescente, ella mujer. El encuentro nocturno aquella noche otoñal en el parque, la boca masculina reconociendo su dermis y luego, ella lozana, perpetua, eterna, virginal, inmortalmente joven.
Sonrió, sacó la lengua despacio y la anduvo por las comisuras de sus labios. Aún quedaban rastros de sangre. Sintió sed, tuvo deseos. Quiso ir en busca del hombre de la administración, tocar sus brazos, tórax, cuello...alcanzó un espasmo de placer. -Mejor al rato, cuando anochezca. Será otro más. Cuestiones de casta.
Se quedó hondamente dormida.
Dentro de la habitación: oscuridad total. Sólo el filo de sus colmillos resplandecía del mismo modo que las luces de la ciudad que agonizaban afuera.
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3 comentarios:

sperflabe dijo...

Siempre que te leo se me decantan las imágenes de la manera mas suave, así,sin obstáculos en las pupilas. Gracias. Te amo Oscar Traven

sperflabe dijo...

te amo

sperflabe dijo...

Siempre que te leo se me decantan las imágenes y los recuerdos, las sensaciones y las ganas. Te leo sin obstáculos en las pupilas,sin tapujos, sin prejuicios. Te amo