Marcial Fernández
Creíamos que había muerto, pero abrió los ojos. Su mirada fue de sorpresa y emanaba un sentimiento tan dulce que estremecía el alma. A los tres días la espalda se le cubrió de plumas negras, grises, cafés y, conforme pasaba el tiempo, blancas, espléndidas, largas. Una mañana, en vez de brazos, amaneció con un par de alas. Todo su cuerpo se transformaba: si bien antes era un joven callado, ahora parecía haber perdido el habla. También sus facciones se suavizaron. Dejó de ser hombre y no se podía decir que fuera mujer. Ganó en altura, en belleza. Cuando no tuvimos dudas sobre su nueva condición, lo vendimos a un circo. Nos dieron más dinero del que esperábamos.
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