Jorge Borja
Espere una clara noche de plenilunio, de preferencia
domingo para amanecer lunes. Procúrese los utensilios necesarios: un peine de
marfil, un martillo de plomo, unas tijeras de oro y un paño de terciopelo
verde. Aguarde en atenta vigilia hasta maitines, hora en que la vanidosa Luna
busca un espejo. Si usted no tiene un pozo anciano, una charola de plata o un
espejo de azogue en dónde retenerla, no se preocupe. Unos ojos oscuros le
pueden servir como señuelo. En esas pupilas, Selene se sentirá como en su casa.
Mírela morosamente y sin parpadear. La Luna es muy curiosa, háblele de la
violenta luz del día, de la voracidad del metro, de la cólera de los relojes
checadores, del jubiloso silbato de la fábrica o de tantas cosas que ella no
conoce. Seguramente la sorprenderá. El sol le ha platicado pero ella no le cree
por presumido. Convénzala de que el día es un infierno hipócrita y que la
verdadera condición humana sólo se revela de noche. Cuando la mire más
aquiescente, cambie el tono. Dígale que la quiere y que hace mucho que no
duerme con tal de estar con ella. Abrúmela con piropos y otras lindezas.
Recuerde que la Luna, como toda dama solitaria, es afecta a las cursilerías. Si
ya le arden los ojos, parpadee varias veces, suelte una tímida lágrima. Nada
conmoverá más a Selene.
No se desespere. Ya la tiene usted en la bolsa. Tenga
a mano sus utensilios necesarios. Como quien no quiere la cosa acaricie sus
lánguidos rayos. Si ella lo consiente sin reclamos, saque el peine. Con la mano
izquierda frote sus rayos y con la derecha páseles el peine. Para distraerla
cuéntele algún chisme sobre sus hijas las estrellas. Frote con más energía y
peine hasta que una lluvia de chispas plateadas le impida la visibilidad.
Entonces, con prestidigitación de mago, cúbrale la cara con el paño. Apriete,
apriete, apriete. Cuando escuche un ligero PLOP... afloje. Selene se habrá
desvanecido entre sus manos. En el paño verde encontrará unos hilos lácios y
dúctiles como de alpaca. Empiece a trenzarlos lentamente. Cuando haya logrado
una trenza de regular grosor, corte las puntas con las tijeras. Las puntas sirven
de abono en tierras yermas y si se arrojan al mar provocan tempestades. La
trenza se corta en varios trozos y cada uno de estos se aplana y redondea con
el martillo hasta darles la forma de una moneda a la cual se puede dar
múltiples usos. Si se pone a hervir en agua serenada, evita el mal aliento y
cura el insomnio. Si se macera junto con hojas de cardamomo y luego se unta
detrás de las orejas, es un magnífico repelente contra los bobos. En caso de
crisis económica pueden empeñarse estas moneditas en el Montepío, haciéndolas
pasar como una reliquia de familia. Esto último no es buen negocio porque ahí
no ofrecen ni lo que vale la desvelada.
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