Mercedes van Santen
El alboroto era tal
que alertó a los vecinos de ese bloque de viviendas, quienes se asomaron para
ver el acontecimiento. Un par de jóvenes
se agredían mientras otros los rodeaban azuzándolos. No tardaron en unírseles otros tres en el
pleito. La pelea se tornó cada vez más
violenta. El más frágil cayó al suelo y
todos se unieron para atacarlo. Los
adultos levantaban sus voces, estaban inquietos; pero se limitaban a observar
sin intervenir. Todo terminó en la
muerte del débil y junto con ella la calma volvió a reinar.
La palmera, convertida en unidad
habitacional por los nidos de los gorriones peleoneros, siguió meciendo sus
hojas al ritmo de la brisa.
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