Yudi Kravzov
No es el otro el que duele,
sino nosotros borrándonos en otro:
borrándonos del mundo.
Vicente Quirarte
El día no acaba de amanecer y el insomnio me tiene despierta desde las cuatro de la mañana.
Para qué llamarte si tu voz refleja tedio, para qué escribirte si ya no contestas mis correos. Para qué insistir con los lentes de sol y el sostén negro que olvidé en tu casa, si pueden ser fácilmente restituidos. Estas cansado de esto que para mí apenas esta tomando textura, porque tu piel y la mía se llaman y tienen una conexión electrizante.
Decaída y malhumorada, cansada de no dormir y de borrar imágenes de venganza, imprimo cada uno de los correos que enviaste y formo un cuaderno de ochenta y seis páginas ordenadas por fecha y por hora. En unos me llamas valiente y auténtica, festejas mi franqueza. Me encantas, me alegras y hasta me das vida. Tus palabras son un bálsamo, tú mi torbellino, gracias por existir y me mandas besos en presente continuo, besos atrevidos y húmedos y yo al leerte me siento simplemente en un contigo.
Saco del armario la ropa con que me vestí esas contadas ocasiones en que nos encontramos frente a frente como un acto de valentía profunda, en que había que llevar el cuerpo del alma que había sido seducida. Hacerse presente. Mi falda negra, mi pantalón de mezclilla, la blusa color hueso y la verde que tanto te gusta, los tacones altos y el suéter color crema. El saco marrón que calentó mi cuerpo en ese último encuentro y por supuesto esa pulsera de latón que hace música y que compré mientras te esperaba en el centro comercial. Todo dentro de la maleta para releer nuestras cartas, vestirme para ti nuevamente, recrear nuestra historia encerrada en una habitación para descubrir dónde estuvo la falla, regresar al correo que no debí de haber enviado, a la mirada que te asustó, o quizás a esa palabra nunca dicha que nos aventó al vacío.
La exposición, la librería, dos veces en tu departamento; la fiesta en casa de Patricia y el café balcón de Coyoacán. Todo tan efímero. Y yo extrañándote. Veo el teléfono, ¿para qué llamo si no vas a responder?... y te pienso de nuevo, y me olvido por unos instantes en que escapo de mi cuerpo; y regreso a mí; lleno la maleta y tomo los correos impresos y lo meto todo dentro y huyo hacia el hotel de veinte pisos y me pregunto si de verdad, si alguna vez hubo algo, ¿por qué ya no te gusto ahora? Y no entiendo nada, y me pierdo en lo que creo que fue tu deseo... tú sacándome de tu vida, de tu mundo y yo instalada en que esto ya no tiene remedio.
Sin saber ni qué decir, encerrada y silenciosa, traicionada, claro que sí, llego en taxi hasta el hotel, pido la habitación en el piso más alto. Si te llamo sentiré que me repudias, dirás que estoy hostigado. Te sentirás una víctima, te arrepentirás de nuevo de haberme conocido y sentirás que te persigo, que no te dejo en paz. Yo la tonta sin remedio ¿Cuál fue la frase que te espantó? ¿Por qué dejaste de llamar si estábamos contentos?
Y rompo cada correo después de leer: eres auténtica y hermosa, crítica pero tierna, sabia hasta cabrona, y dices que mi voz es cálida , honda y entera. Y por eso rasgo la blusa que sintió tus dedos y destrozo la falda negra que mojé por tus caricias y la blusa verde escotada que desabrochaste lentamente y la playera guinda que con tanto halago modelé para ti.
Me dices que mi pasión te asusta, pero que también te ayuda a vivir, que me recuerdas siempre apasionada y leo que ilumino tus días: Mujer, admiro tu temple.
Y abro la ventana del vigésimo piso, me subo a la mesa y para mi sorpresa gritó: ¡ERES UN VAMPIRO!… y aviento primero los correos, después la ropa y cuando me voy a tirar yo, me detengo a mirar el vacío y veo volar nuestra historia en un rompecabezas de telas, y entonces despierto del trance y mi sangre tibia vuelve a correr por mi cuerpo. Mis labios dibujan una sonrisa, como hace mucho no lo hacían, y sin necesitar decir palabra prohíbo que sigas chupándote mi energía.
Desprendida de ti bajo de la mesa. Doy dos pasos para atrás y me acaricio el cuello. Respiro hondo, siento mi temperatura y el ritmo de mi respiración. Me miro al espejo, me visto y salgo por la puerta de la habitación, más valiente y más entera que nunca.
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