Jorge Borja
Los habitantes de Atrinia guardan una especial
veneración por los monumentos. Cada generación de atrinitas erige cientos de
ellos en memoria de sus coetáneos más ilustres. La ciudad capital ostenta en su
avenida más importante, bustos conmemorativos de las gestas heroicas del año
anterior. Provocan admiración y asombro entre los turistas las estatuas que
representan a los expresidentes, sus simpáticas familias y su fiel servidumbre,
que embellecen patios del Palacio de Gobierno.
En el jardín central pueden encontrarse monumentos
dedicados: "Al Transeúnte Anónimo", "A la Suegra Prudente",
"Al Político Honesto", "Al Policía Honrado" y a otros
héroes desconocidos. Hasta el hogar más humilde de este vasto país tiene
estatuas alusivas al cumpleaños, jubilación o fallecimiento de sus moradores.
A ninguna glorieta, plaza o jardín le faltan
monumentos, y existe todo un ejército de guardianes especializados en su cuidado. Para su conservación, los
atrinitas, han promulgado una estricta serie de leyes que condenan con multas a
quien los ensucie y con cárcel a
quien les inflinja el menor daño.
A pesar de sanciones tan severas, son frecuentes los
vándalos nocturnos, quienes armados con mazos y barretas se dedican a mutilar y
destruir los monumentos. La policía ha redoblado sus esfuerzos para
capturarlos. Los resultados son mínimos en comparación a los destrozos
ocasionados por esta turba de antisociales. Se logra sólo la detención diaria
de dos o tres, sorprendidos en flagrante delito. El artículo séptimo del código
penal de Atrinia los condena de inmediato y sin apelación, a morir apedreados. Sin embargo y para que no
quepa duda alguna de la memoria histórica atrinita, la multitud que ejecuta la
sentencia es la encargada de levantar un "Monumento a los Caídos" con
las mismas piedras con que los lapidaron.
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