Esta galería de autores contemporáneos se creo en 2004

lunes, junio 27, 2011

Manu



Autor Miguel Ruibal

:::: Un rompecabezas de tela y de papel

Yudi Kravzov

No es el otro el que duele,
sino nosotros borrándonos en otro:
borrándonos del mundo.

Vicente Quirarte

El día no acaba de amanecer y el insomnio me tiene despierta desde las cuatro de la mañana.
Para qué llamarte si tu voz refleja tedio, para qué escribirte si ya no contestas mis correos. Para qué insistir con los lentes de sol y el sostén negro que olvidé en tu casa, si pueden ser fácilmente restituidos. Estas cansado de esto que para mí apenas esta tomando textura, porque tu piel y la mía se llaman y tienen una conexión electrizante.
Decaída y malhumorada, cansada de no dormir y de borrar imágenes de venganza, imprimo cada uno de los correos que enviaste y formo un cuaderno de ochenta y seis páginas ordenadas por fecha y por hora. En unos me llamas valiente y auténtica, festejas mi franqueza. Me encantas, me alegras y hasta me das vida. Tus palabras son un bálsamo, tú mi torbellino, gracias por existir y me mandas besos en presente continuo, besos atrevidos y húmedos y yo al leerte me siento simplemente en un contigo.
Saco del armario la ropa con que me vestí esas contadas ocasiones en que nos encontramos frente a frente como un acto de valentía profunda, en que había que llevar el cuerpo del alma que había sido seducida. Hacerse presente. Mi falda negra, mi pantalón de mezclilla, la blusa color hueso y la verde que tanto te gusta, los tacones altos y el suéter color crema. El saco marrón que calentó mi cuerpo en ese último encuentro y por supuesto esa pulsera de latón que hace música y que compré mientras te esperaba en el centro comercial. Todo dentro de la maleta para releer nuestras cartas, vestirme para ti nuevamente, recrear nuestra historia encerrada en una habitación para descubrir dónde estuvo la falla, regresar al correo que no debí de haber enviado, a la mirada que te asustó, o quizás a esa palabra nunca dicha que nos aventó al vacío.

La exposición, la librería, dos veces en tu departamento; la fiesta en casa de Patricia y el café balcón de Coyoacán. Todo tan efímero. Y yo extrañándote. Veo el teléfono, ¿para qué llamo si no vas a responder?... y te pienso de nuevo, y me olvido por unos instantes en que escapo de mi cuerpo; y regreso a mí; lleno la maleta y tomo los correos impresos y lo meto todo dentro y huyo hacia el hotel de veinte pisos y me pregunto si de verdad, si alguna vez hubo algo, ¿por qué ya no te gusto ahora? Y no entiendo nada, y me pierdo en lo que creo que fue tu deseo... tú sacándome de tu vida, de tu mundo y yo instalada en que esto ya no tiene remedio.
Sin saber ni qué decir, encerrada y silenciosa, traicionada, claro que sí, llego en taxi hasta el hotel, pido la habitación en el piso más alto. Si te llamo sentiré que me repudias, dirás que estoy hostigado. Te sentirás una víctima, te arrepentirás de nuevo de haberme conocido y sentirás que te persigo, que no te dejo en paz. Yo la tonta sin remedio ¿Cuál fue la frase que te espantó? ¿Por qué dejaste de llamar si estábamos contentos?
Y rompo cada correo después de leer: eres auténtica y hermosa, crítica pero tierna, sabia hasta cabrona, y dices que mi voz es cálida , honda y entera. Y por eso rasgo la blusa que sintió tus dedos y destrozo la falda negra que mojé por tus caricias y la blusa verde escotada que desabrochaste lentamente y la playera guinda que con tanto halago modelé para ti.
Me dices que mi pasión te asusta, pero que también te ayuda a vivir, que me recuerdas siempre apasionada y leo que ilumino tus días: Mujer, admiro tu temple.
Y abro la ventana del vigésimo piso, me subo a la mesa y para mi sorpresa gritó: ¡ERES UN VAMPIRO!… y aviento primero los correos, después la ropa y cuando me voy a tirar yo, me detengo a mirar el vacío y veo volar nuestra historia en un rompecabezas de telas, y entonces despierto del trance y mi sangre tibia vuelve a correr por mi cuerpo. Mis labios dibujan una sonrisa, como hace mucho no lo hacían, y sin necesitar decir palabra prohíbo que sigas chupándote mi energía.
Desprendida de ti bajo de la mesa. Doy dos pasos para atrás y me acaricio el cuello. Respiro hondo, siento mi temperatura y el ritmo de mi respiración. Me miro al espejo, me visto y salgo por la puerta de la habitación, más valiente y más entera que nunca.

miércoles, junio 15, 2011



Fotógrafo Pedro Meyer

:::: Relato de Bicho

Gilberto Marti

Una noche me encontré al “Rostro”. Se veía tan solo y frágil que me nació el deseo de partirle toda la cara, ahí mismo, en el callejón.
Era el niño perfecto: bueno para el deporte, para las matemáticas…. En la escuela cada mes salía su foto en el “cuadro de honor”. Cuando no estaba conversando con algún maestro o con el mismísimo director, lo veíamos en la cafetería rodeado de chicas.
Aprendí a odiarlo en silencio y a esperar el momento de la venganza. Esa noche había llegado. Me paré en su camino. “Hola, bicho”, dijo. No le contesté: ya estaba calculando el lugar de la cara donde encajaría mis puños, imaginando el crujido sublime de su nariz. No alcancé a levantar ni un dedo: tras un rápido chisporroteo de cables, la lámpara del alumbrado se apagó, dejándonos en completa oscuridad. No recuerdo quién gritó primero, pero luego todo fue correr, escapar atropellándonos, dando tumbos en las paredes.
Al otro día, en la escuela, nos encontramos varias veces, ignorándonos, evitando la vergüenza de mirarnos a los ojos. Nunca le conté a nadie el incidente. Salimos de la primaria y nunca más supe del “Rostro”. Eso sí, cuando lo recuerdo sonrío, porque estoy seguro de que los alaridos como de niña fueron los de él.

lunes, junio 13, 2011

miércoles, junio 08, 2011

:::: Jardín de nada

Gabriel Rodríguez

A este sujeto se le comenzaron a aparecer los fantasmas de las flores muertas. Al principio no le dio tanta importancia pero conforme dicho fenómeno se hacía más y más constante resultó imposible ignorarlo. Mañosas, las apariciones aprovechaban las impares noches de soltero para asomar sus telúricas cabecitas gachas. Si él se paraba de la cama con antojo de agua fría, en el pasillo se topaba con un enorme girasol cabizbajo y semitransparente, una magnolia flotando en la pieza o una docena de claveles danzando. Salían temblorosamente de los parques y ventanas. Macetas en el camino chorreaban caídos tallos atorados en la eterna pausa de su deshojada desdicha. Polinizaban que daba miedo. Sigilosos acordeones de distintas flores muertas lo seguían a donde fuera. En más de una cita amorosa, rosas con o sin espinas hacían acto de presencia jugando malas pasadas con la chica en turno. Tuvo que dejar la gustosa manía de pisar hojas secas de otoño no sólo porque cuando se disponía a quebrar una resultaba que no estaba ahí, sino porque sus espectros eran los peores y más recalcitrantes, reproduciendo por horas el escándalo de su quebranto. Se ensañaron las flores de ultratumba con el pobre sujeto que, espantado, dejó de visitar la tumba de su hermano porque apenas entraba a un panteón era atosigado por los incontables brotes de florecillas escupiendo pétalos en cada tumba. A veces el simple hecho de apagar la luz era rodearse de una lluvia irremediable de las delgadas letras que brotan al soplar un diente de león. En toda su vida, y dependiendo la época del año, siempre había flores sueltas y arreglos caros, amapolas, claveles, nochebuenas, ramos de boda, rosas que se llaman labios de mujer; marchitas, con sed.
Con el paso del tiempo el hombre se dio cuenta de que no eran muy ruidosas aquellas apariciones encapulladas, hasta podían llegar a verse hermosas en grupos de diversa índole a esa hora en que el sol hace que las cosas parezcan pinturas. Como fieras o nubes o marcas de agua, los fantasmas adornaban todo abrir de ojos, rostro de político y boca de lobo. Viejo y abandonado, optó por asimilar aquello como una señal y encontró apremiante la labor de jardinero. Aprovechó la proximidad de su jubilación para hacerse de un jardín pluricultural de colores que no todo mundo sabe existen. A cada dulce explosión le dedicó sus tardes últimas y enteras. Amándolas, atendiéndolas, platicándoles sus impresiones de la vida, prometiéndoles un lugar en su corazón y corona; consiguiendo así las visitas ulteriores de sus flores predilectas que en su jardín lograban entender y perder la belleza.